3

La luz de la lámpara de pie proyectaba sombras que parecían dedos acusadores sobre las páginas del contrato. Michaela leía por cuarta vez las cláusulas que parecían diseñadas para confundir tanto como para controlar.

"La empleada acepta mantener total discreción sobre las actividades, reuniones y decisiones del CEO, incluso fuera del horario laboral."

"Se requiere disponibilidad completa para viajes de negocios, cenas corporativas y eventos sociales, sin previo aviso."

"Cualquier conflicto de intereses personal debe ser reportado inmediatamente al CEO para su evaluación."

Pero era la última cláusula la que le revolvía el estómago:

"La empleada reconoce que ciertas situaciones profesionales pueden requerir adaptación a circunstancias personales imprevistas, manteniendo en todo momento la confidencialidad y lealtad hacia la empresa y su dirección ejecutiva."

Tomó un sorbo de vino directamente de la botella. Las copas eran para gente que tenía su vida bajo control.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Nicolás Silva —o Santana, o quien fuera ahora— le estaba pidiendo que firmara su vida entera. No solo su tiempo laboral. Su disponibilidad. Sus relaciones. Su futuro.

Y lo peor era que una parte oscura de ella quería firmarlo.

Quería estar cerca de él, aunque fuera solo para entender qué había pasado. Aunque fuera solo para demostrarle que no había hecho nada malo hace seis años.

Aunque fuera solo porque su cuerpo todavía recordaba cómo se sentía ser amada por él.

El timbre la sobresaltó. Ericka apareció en la puerta con una expresión de preocupación que no intentó disimular.

—Te ves horrible. —Entró sin esperar invitación y se dirigió directo a la cocina—. ¿Qué tal el primer día en tu trabajo soñado?

Michaela cerró el contrato y se pasó ambas manos por el cabello.

—Complicado no comienza a describirlo.

—Define complicado. —Ericka regresó con dos copas—. ¿Tu jefe es un tirano? ¿Descubriste que la empresa es una fachada criminal?

—Mi jefe es Nicolás.

Ericka se detuvo en seco, la botella de vino suspendida en el aire.

—¿Nicolás como en Nicolás-de-hace-seis-años Nicolás?

—El mismo.

—Mierda. —Ericka se dejó caer en el sofá—. Mic, eso no es coincidencia.

—Según él, no lo es. Vio mi currículum hace semanas. Me investigó. Orquestó el encuentro de anoche para ver si lo reconocía.

—Eso es... —Ericka buscó las palabras correctas— comportamiento de psicópata nivel experto. Necesitas renunciar. Ahora.

—No puedo. —Michaela señaló el contrato—. Si no firmo esto, me destruye profesionalmente. Y si lo firmo...

—¿Qué? ¿Te conviertes en su propiedad?

Michaela no respondió porque la respuesta era demasiado cercana a un sí.

Ericka tomó el contrato y lo hojeó, su expresión volviéndose cada vez más sombría.

—Mic, esto no es normal. "Disponibilidad completa para eventos sociales sin previo aviso." ¿Qué clase de eventos sociales necesita una analista de marketing?

—No lo sé.

—Entonces no lo firmes. Hay otros trabajos.

—No como este. No con estas oportunidades. No con...

—¿No con él? —Ericka la miró directo a los ojos—. Porque eso es lo que realmente está pasando aquí, ¿verdad? No es el trabajo. Es él.

Michaela se hundió más en el sofá, odiando que su mejor amiga pudiera leerla tan fácilmente.

—Lo amé, Ericka. Durante años después de que se fue, seguí amándolo. Y ahora está aquí, ofreciéndome todo lo que siempre quise profesionalmente, pero a un precio que no sé si puedo pagar.

—¿Y qué hay de lo que él quiere? Porque claramente no te contrató solo por tus habilidades profesionales.

Esa era la pregunta que la mantenía despierta. ¿Qué quería Nicolás? ¿Venganza? ¿Respuestas? ¿O algo mucho más complicado?


La mañana llegó demasiado pronto. Michaela se vistió con armadura: blusa de seda color crema que costó más de lo que debería, falda negra que la hacía sentir profesional e intocable, tacones que añadían diez centímetros a su estatura y cincuenta a su confianza.

Si iba a entrar al infierno, lo haría con estilo.

El lobby de Magno Marketing Group palpitaba con la energía habitual, pero algo había cambiado. Las conversaciones cesaban cuando pasaba. Las miradas se desviaban demasiado rápido. Los susurros la seguían como sombras.

Manuel la interceptó antes de que llegara al ascensor, su expresión tensa.

—Necesitas saber algo. Anna Delacroix llegó hace media hora.

El nombre no significaba nada para ella, pero la forma en que Manuel lo pronunció —como si estuviera nombrando a un desastre natural— le erizó la piel.

—¿Quién es Anna Delacroix?

Manuel miró a su alrededor nerviosamente, como si las paredes pudieran tener oídos.

—La ex prometida del jefe. Y cuando digo ex, me refiero a que él la echó de su vida hace dos años sin explicación. Ella nunca lo aceptó.

—¿Y por qué está aquí?

—Preguntando por ti.

El estómago de Michaela se contrajo.

—¿Cómo sabe de mi existencia?

—Porque Nick nunca, jamás, contrata a mujeres jóvenes para trabajar directamente con él. No desde lo que pasó con Anna. El hecho de que tú estés aquí... —Manuel dejó la frase incompleta, pero el significado era claro.

El ascensor se abrió y una mujer emergió como si estuviera haciendo una entrada en una pasarela. Alta, rubia, con piernas que parecían no terminar nunca y un vestido rojo que probablemente costaba más que el coche de Michaela. Sus ojos azules se clavaron en ella con la precisión de un bisturí.

—Michaela Torres. —No era una pregunta—. Anna Delacroix. Necesito hablar contigo.

Su apretón de manos fue lo suficientemente firme como para ser una declaración de guerra.

Manuel murmuró una excusa patética y desapareció como humo. Cobarde.

—¿Tomamos un café? —La sonrisa de Anna era pura elegancia envenenada—. Me encantaría conocer mejor a la nueva... adquisición de Nick.

La palabra "adquisición" cayó como una bofetada.

Anna la guió hasta la cafetería del piso quince, un espacio de diseño minimalista con vistas que hacían sentir como si estuvieras flotando. Se sentaron junto a los ventanales, y Anna ordenó un té que probablemente requería una contraseña especial para acceder.

—¿Cuánto tiempo llevas enamorada de él? —preguntó Anna sin preámbulos, removiendo su té con movimientos estudiados.

Michaela casi se atragantó con su café.

—¿Perdón?

—No te hagas la tonta. No me insultes. —Anna se inclinó hacia adelante, y su máscara de civilidad se resquebrajó lo suficiente como para mostrar algo afilado debajo—. Nick no contrata a nadie sin razones muy específicas. Especialmente no a mujeres jóvenes y ambiciosas que se parecen exactamente a su tipo.

—No sé de qué hablas.

—¿No? Entonces permíteme educarte. —Anna tomó un sorbo delicado de su té—. Nick tiene un patrón. Le gustan las mujeres vulnerables, ambiciosas, que necesiten ser rescatadas. Les da todo: oportunidades, atención, esa intensidad que hace que se sientan como el centro del universo. Y luego, cuando se aburre o cuando cometen el más mínimo error, las descarta.

Cada palabra era un alfiler clavándose en la piel de Michaela.

—¿Te rescató anoche? —continuó Anna—. ¿Bajo la lluvia, quizás? ¿Te hizo sentir especial, vista, elegida?

El café se volvió ácido en la garganta de Michaela.

—Es su movimiento de apertura favorito. —Anna sonrió, triunfante—. Lo usó conmigo hace siete años. Y con al menos tres mujeres antes de eso que yo sepa.

—Si eso es cierto, ¿por qué sigues aquí? ¿Por qué sigues persiguiéndolo?

Algo oscuro cruzó los ojos de Anna. Dolor real, crudo, que desapareció demasiado rápido.

—Porque lo conozco de verdad. Conozco al hombre debajo de la máscara. Y ese hombre me ama, siempre me ha amado. Solo necesita tiempo para perdonarme.

—¿Perdonarte qué?

Anna se levantó con movimientos fluidos, dejando dinero en la mesa aunque el café era gratis para empleados.

—Eso no es tu problema, querida. Tu problema es entender que eres temporal. Un juguete nuevo para distraerlo de lo que realmente importa. Juega tu papel si quieres, cobra tu salario inflado, pero no te hagas ilusiones. —Se inclinó más cerca, su perfume caro invadiendo el espacio de Michaela—. Y si crees que eres especial porque compartieron un momento mágico bajo la lluvia, recuerda: yo tuve siete años de momentos mágicos. ¿Cuánto crees que van a durar los tuyos?

Se alejó dejando un rastro de amenazas veladas y perfume francés.

Dos años atrás.

Nick subía las escaleras de la mansión Santana, aflojándose la corbata. La reunión con inversionistas se había extendido hasta pasada la medianana. Estaba exhausto, frustrado, y necesitaba a Anna. Necesitaba que lo abrazara, que le dijera que todo valía la pena.

Habían discutido esa mañana. Otra vez sobre la boda. Sobre sus constantes retrasos. Sobre el futuro que ella planeaba con precisión militar y que él temía más cada día.

Pero la amaba. Tenía que amarla. Llevaban juntos desde que él era un estudiante sin un centavo y ella lo había presentado a su padre, había abierto puertas que de otra forma habrían permanecido cerradas.

Abrió la puerta de su habitación sin encender las luces.

Y el mundo se derrumbó.

Anna. En su cama. Con su padre.

Los gemidos cesaron. Los ojos de Anna encontraron los suyos, primero con horror, luego —y esto fue lo que realmente lo destruyó— con alivio. Como si finalmente pudiera dejar de fingir.

Su padre ni siquiera tuvo la decencia de verse avergonzado. Solo se sentó, encendió un cigarro, y miró a su hijo con algo que parecía pena.

—Nick. —La voz de Anna tembló—. Déjame explicarte.

Pero él ya se había dado vuelta. No corrió. No gritó. Simplemente se fue, porque quedarse significaba enfrentar una realidad que todavía no podía procesar.

Anna lo siguió, envuelta en una sábana, sus palabras atropellándose unas con otras.

—No significa nada. Es solo... tu padre y yo tenemos un acuerdo. Ha sido así desde antes de que tú y yo... Nick, por favor.

Él se detuvo al pie de las escaleras, sin darse vuelta.

—¿Desde cuándo?

—Eso no importa.

—¿DESDE CUÁNDO?

La voz de Anna se quebró.

—Desde el principio. Desde que te conocí. Él me pidió que me acercara a ti, que te distrajera mientras él reestructuraba la empresa. Y yo lo hice, pero luego te amé de verdad, Nick. Lo que siento por ti es real.

Cada palabra era un cuchillo.

—¿Por qué?

—Porque tu padre sabía que si te enamorabas, te quedarías. Dejarías esos sueños ridículos de arquitectura y tomarías tu lugar en el negocio familiar. Y funcionó, ¿no? Aquí estás, CEO de Magno Marketing, exactamente donde él te quería.

Nick bajó los últimos escalones despacio, como si sus piernas fueran de plomo.

—Nunca vuelvas a acercarte a mí.

—Nick, por favor. Lo amo. Los amo a ambos. Podemos...

—Si te veo de nuevo, te destruyo. Profesional, social, económicamente. Te borro de la existencia. ¿Entiendes?

Anna asintió, lágrimas corriendo por su rostro perfecto.

Nick salió de esa casa y nunca regresó. Compró su propio penthouse, cambió su apellido legalmente a Santana (el apellido materno), y construyó su imperio sin la ayuda de su padre.

Pero nunca pudo reconstruir su capacidad de confiar.

El presente regresó cuando una mano tocó su hombro. Michaela levantó la mirada y encontró a Nicolás parado detrás de ella, su expresión indescifrablemente controlada.

—¿Conversación interesante?

Michaela se obligó a sostenerle la mirada.

—Tu ex tiene mucho que decir.

—Anna no es mi ex. Es un error del pasado que se niega a permanecer enterrado. —La frialdad en su voz podría haber congelado el café de Michaela—. ¿Qué te dijo?

—Que soy temporal. Que tengas un patrón. Que la amas y eventualmente volverás con ella.

Algo peligroso brilló en los ojos de Nicolás.

—¿Y le creíste?

—No lo sé. ¿Debería?

Nicolás se sentó frente a ella sin ser invitado, sus movimientos controlados pero con una tensión subyacente.

—Anna y yo terminamos hace dos años. Lo que había entre nosotros murió mucho antes de eso. Si te dijo algo diferente, miente.

—Dijo que te conoce. Al hombre real debajo de la máscara.

—Lo que ella conoció dejó de existir hace mucho tiempo.

Michaela estudió su rostro, buscando grietas en esa fachada perfecta.

—¿Qué pasó entre ustedes?

—Nada que sea relevante para ti.

—Si tu ex psicótica va a acosarme, creo que tengo derecho a saber por qué.

Nicolás se inclinó hacia adelante, invadiendo su espacio.

—Lo único que necesitas saber es esto: Anna es pasado. Tú eres presente. Y si tienes suerte, quizás futuro.

—¿Futuro haciendo qué? ¿Siendo tu empleada perfecta y obediente?

—Entre otras cosas.

La forma en que lo dijo, cargada de promesas oscuras, hizo que algo en el estómago de Michaela se retorciera.

—Trajiste el contrato. —No era una pregunta.

Michaela sacó la carpeta de su bolso y la deslizó sobre la mesa. Nicolás la abrió, hojeó las páginas, y se detuvo en la última donde ella había firmado con letra temblorosa esa mañana.

Una sonrisa lenta, satisfecha, curvó sus labios.

—Bien. Ahora oficialmente eres mía.

—Trabajo para ti. No soy tuya.

—En mi mundo, no hay diferencia.

Antes de que pudiera responder, una voz estridente cortó el aire como un cristal rompiéndose.

—¡Qué escena tan tierna!

Anna había regresado, y toda la elegancia anterior había desaparecido, reemplazada por algo salvaje y desesperado.

—Anna. —La voz de Nicolás se convirtió en hielo puro—. Vete.

—¿O qué? ¿Vas a correrme como la última vez? ¿Vas a fingir que lo nuestro no significó nada mientras juegas con tu nueva secretaria?

Las conversaciones en la cafetería murieron. Todas las miradas se posaron en ellos.

—No soy su secretaria. —Michaela se levantó, sin saber por qué sentía la necesidad de defenderse.

Anna rio, un sonido agudo y desagradable.

—¿No? ¿Entonces qué eres? Porque claramente no eres solo otra empleada.

Nicolás se colocó entre ellas, su postura protectora y amenazante.

—Sal de mi edificio. Ahora.

—Este edificio es de tu padre. Y yo tengo tanto derecho de estar aquí como tu pequeño... experimento.

La palabra quedó suspendida como veneno.

Nicolás sacó su teléfono sin apartar los ojos de Anna.

—Seguridad. Tengo una intrusa en el piso quince. Escóltenla fuera del edificio permanentemente. Actualicen su foto en el sistema de reconocimiento facial.

Anna palideció, pero su furia no disminuyó.

—Esto no termina aquí, Nick. Nunca termina. —Se volvió hacia Michaela—. Y tú... no tienes idea de lo que realmente pasó hace seis años, ¿verdad?

El mundo de Michaela se detuvo.

—¿Qué?

Pero dos guardias de seguridad ya estaban ahí, tomando a Anna de los brazos con firmeza profesional.

—¡Pregúntale sobre la chica de la universidad! —gritó Anna mientras la arrastraban—. ¡Pregúntale qué le hizo a ella!

Y entonces desapareció, sus gritos amortiguándose mientras el ascensor se cerraba.

Michaela se volvió hacia Nicolás, su corazón latiendo tan fuerte que apenas podía escuchar sus propios pensamientos.

—¿De qué estaba hablando?

La expresión de Nicolás se había convertido en piedra.

—De nada que importe.

—Nick...

—Regresa al trabajo, Michaela.

Era una orden, fría y final.

Pero mientras caminaba hacia el ascensor con piernas temblorosas, las palabras de Anna resonaban en su mente.

"La chica de la universidad."

Anna sabía. Sabía sobre su pasado con Nicolás.

Lo que significaba que Nicolás le había hablado de ella. En algún momento de esos siete años con Anna, había mencionado a la chica que lo había "traicionado" en la universidad.

¿Y qué más le había dicho? ¿Qué versión de la historia había contado?

Las puertas del ascensor se cerraron, pero la imagen de los ojos de Nicolás cuando Anna mencionó el pasado permaneció grabada en su retina.

Había visto algo ahí. Algo que parecía pánico.

Como si Anna hubiera estado a punto de revelar un secreto que él quería mantener enterrado.

Y Michaela tenía la terrible certeza de que ese secreto la involucraba directamente.

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