El salón principal de la mansión Blackthorn se había convertido en un campo de batalla silencioso. Las miradas tensas, los cuerpos rígidos y el aire denso presagiaban una tormenta que llevaba siglos gestándose. Brianna observaba desde un rincón cómo Lyanna, con la barbilla alta y los ojos brillantes de desafío, enfrentaba a Damien y su círculo interno.
—No son rumores, Alfa Blackthorn —la voz de Lyanna resonó con una autoridad que Brianna nunca había percibido en ella—. La manada Moonblood ha regresado del exilio. Mis hermanos de sangre vienen a reclamar lo que les fue arrebatado hace tres generaciones.
Damien permanecía impasible, pero Brianna había aprendido a leer las pequeñas señales: la tensión en su mandíbula, el ligero cambio en su postura. Estaba preocupado.
—Los Moonblood fueron desterrados por traición —respondió con voz gélida—. Su regreso es una declaración de guerra.
Lyanna sonrió, pero no había calidez en ese gesto.
—¿Traición? ¿O fue miedo, Damien? Miedo a lo que repres