La noche había caído completamente cuando Clara escuchó los pasos en el pasillo. Reconoció inmediatamente el sonido—el andar decidido de Adrian, cada paso cargado de propósito. Se detuvo frente a su puerta, y Clara contuvo el aliento, esperando.
El golpe llegó, fuerte y exigente. No era la suavidad de otras veces, no era la consideración de un hombre preocupado por despertar a otros. Era una demanda.
Clara miró hacia Sophia, quien dormía profundamente en su cama después de las emociones del día. Con cuidado de no despertarla, Clara se levantó y abrió la puerta apenas una rendija.
Adrian empujó la puerta con suficiente fuerza para hacerla retroceder. Entró como una tormenta, cerrando la puerta tras de sí con un clic que sonó demasiado final. La luz de la luna que entraba por la ventana era suficiente para ver la tensión en cada línea de su cuerpo, la furia apenas contenida en sus ojos.
—¿Cómo te atreves? —su voz era un siseo bajo pero letal—. ¿Cómo te atreves a humillarme de esa manera?