El agotamiento finalmente reclamó a Clara cerca del amanecer. Había intentado mantenerse despierta, temerosa de lo que sus sueños podrían mostrarle, pero su cuerpo tenía otros planes. Cayó en un sueño profundo y febril, el tipo que borra la línea entre la realidad y la fantasía.
Esta vez no había pretensiones de inocencia. Clara sabía que estaba soñando, pero el conocimiento no hacía nada para mitigar la intensidad de lo que experimentaba.
Estaba en algún lugar que no reconocía—una habitación con paredes de piedra oscura y una única ventana por donde entraba luz de luna. Victor estaba allí, esperándola como si siempre supiera que vendría.
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