El resto del día transcurrió en una neblina de tensión apenas contenida. Clara había mantenido a Sophia ocupada con lecciones, alejándose de las áreas comunes de la casa donde sabía que encontraría miradas acusadoras y susurros venenosos. Pero cuando la tarde comenzó a transformarse en crepúsculo, Sophia finalmente cedió al agotamiento de los últimos días y se quedó dormida en su cama.
Clara necesitaba escapar. Las paredes de su habitación se sentían como una prisión, cada sombra un recordatorio de los secretos que la perseguían. Decidió ir a la biblioteca, ese santuario de silencio donde al menos podía fingir que era otra persona, viviendo otra vida.
La biblioteca estaba oscura cuando entró, iluminada