Después de la movida por el cuaderno y la charla con Marcos, Clara se dio cuenta de que no podía seguir negando lo que sentía. Aquello que empezó como simple curiosidad para inspirarse en su novela, se había transformado en algo mucho más personal e intenso. Estaba pillada por Marcos Soler, y esa idea le daba tanto miedo como emoción.
Se sentó frente al ordenador, pero en vez de mirar la pantalla, se quedó mirando por la ventana, pensando en sus cosas. La historia de Adrián y Elena en su novela se parecía cada vez más a su propia vida. El editor de acero, ese tipo herido y cínico, era Marcos. Y ella, la escritora de novelas románticas, era la que intentaba entenderlo.
Recordó cuando Marcos leyó su cuaderno, la furia en sus ojos, y luego esa curiosidad rara, esa chispa de interés. Recordó su risa, tan poco común y sincera, cuando lo de Elías Mendoza. Recordó cómo se le suavizaba la mirada cuando hablaban de poesía. Eran detalles pequeños, pero para Clara eran como piezas de un puzzl