La tensión en la Editorial Soler era una constante, un telón de fondo para el drama silencioso que Clara y Marcos vivían a diario. Sin embargo, incluso en los ambientes más serios, la vida tiene sus momentos de absurdo y humor. Y ese día, la fuente de la distensión sería un autor tan excéntrico como talentoso.
Elías Mendoza era un novelista de culto, conocido por sus obras surrealistas y su personalidad aún más peculiar. Había publicado con Editorial Soler durante décadas, y aunque sus ventas no eran masivas, su prestigio era innegable. Ese martes por la mañana, Elías tenía una reunión con Marcos para discutir su próximo manuscrito, y Clara, que estaba en su oficina, escuchó el revuelo en el pasillo.
Primero, fue el olor. Una mezcla de incienso de sándalo y algo dulzón, como a galletas de jengibre. Luego, la voz. Una voz profunda y resonante que recitaba versos de poesía clásica española a voz en grito.
"¡Oh, dulce mirar, oh, ojos que me matáis!", recitaba Elías, mientras se acercaba