—¿Mandaste a alguien a mi apartamento? —lo enfrentó, su voz cargada de una mezcla de furia y temor—. ¿Fuiste tú quien mandó a alguien a mi departamento hace unas noches? —repitió con más firmeza esta vez. Necesitaba respuestas, algo claro y preciso.
Él sonrió, pero no era una sonrisa reconfortante. Era oscura, casi burlona, cargada de una arrogancia que la hacía sentir vulnerable.
—No me hace falta mandar a alguien a asustarte, malyshka —aseguró—. Ya te lo he dicho, eres terca, y ya no tienes paciencia. ¿Acaso crees que no sé que has continuado indagando por tu cuenta? Eso sin contar que confías en ese detective. —Negó con la cabeza con un gesto de pena—. Puede que él sea honesto y de verdad quiera ayudarte, pero… ¿qué hay de los demás? El detective Hayes no es la norma