En el interior del vehículo, el silencio era denso y algo sofocante. Emilia miraba por la ventana, intentando procesar todo lo que había sucedido, mientras Alexander la observaba. Sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de perversa posesividad.
El lujoso vehículo se deslizaba con una suavidad casi irritante hacia las áreas más exclusivas de Crestview, contrastando con el torbellino de emociones que la consumía.
Emilia sentía ira, frustración y una pizca de resignación que odiaba admitir. La sensación de estar a merced de otros, que jugaban con ella desde su ventajosa posición en la oscuridad, le revolvía las entrañas haciéndole apretar los puños hasta que sus nudillos se tornaron pálidos por la falta de sangre.
«¡Maldición! ¡Maldita sea!»
Desde el otro lado del asiento Alexander permanecía en calma, irradiando esa arrogancia natural que parecía estar tallada en sus facciones. Ella podía sentir su mirada recorriéndola, no de una forma lujuriosa, sin embargo, sí era una hambrienta.
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