La Mansión Morgan se erguía majestuosa en el corazón de la Toscana, rodeada por viñedos dorados y una brisa fresca que anunciaba el inicio de un día especial. En su interior, el lujo y la elegancia se fundían con la calidez de la familia, creando el escenario perfecto para lo que debía ser la boda del año.
Alicia Michelle estaba sentada frente a un espejo ornamentado, envuelta en un albornoz de satén blanco mientras un grupo de estilistas trabajaba meticulosamente en su cabello y maquillaje. Su madre, Alicia Morgan, supervisaba cada detalle con una mezcla de emoción y orgullo en sus ojos. —Hoy es el día, mi amor —susurró su madre, acariciándole el rostro con ternura—. Serás la novia más hermosa que el mundo haya visto. Sus hermanas, Sofía y Alexandra, junto con su cuñada Katerina, reían suavemente mientras ayudaban a preparar los últimos detalles del vestido. Había alegría en el ambiente, un aire de celebración que flotaba en la habitación como una melodía invisible. Alicia sonreía, pero su estómago estaba enredado en un nudo de nervios. No de miedo, sino de emoción. Amaba a Marcus con todo su ser. Desde que lo conoció, había sentido que su destino estaba ligado al suyo, y hoy, finalmente, sellarían ese amor ante el mundo. Tomó su teléfono distraídamente mientras una de las estilistas retocaba su labial. Quería enviarle un mensaje a Marcus, decirle cuánto lo amaba, cuánto ansiaba verlo al final del altar. Pero en cuanto desbloqueó la pantalla, un nuevo mensaje entró a su bandeja de entrada. Era de Viviana. Su mejor amiga, su hermana del alma. Alicia frunció el ceño. No esperaba ningún mensaje de ella en ese momento. ¿Tal vez algo sobre la decoración? ¿Una broma para aliviar los nervios? Pero en cuanto abrió la conversación, su mundo se detuvo. El aire abandonó sus pulmones de golpe. Era un video. Y en la miniatura, aunque pequeña, la imagen era inconfundible. Marcus. Viviana. Juntos. El corazón de Alicia latía con fuerza descontrolada mientras, con dedos temblorosos, presionaba play. La pantalla cobró vida, y la escena se desplegó ante sus ojos con una crudeza que destrozó cada fibra de su ser. Marcus sujetaba a Viviana con una intensidad poco común, la besaba con la misma devoción con la que le había prometido amor eterno. La ropa desordenada, los jadeos entrecortados… No había lugar para dudas, Marcus estaba teniendo intimidad con Viviana. Era una traición. Una puñalada al alma. Alicia sintió que su garganta se cerraba, que su piel se volvía de hielo. No. No. No podía ser real. Pero lo era. Antes de que pudiera reaccionar, el mensaje desapareció. Viviana lo había eliminado. Pero era demasiado tarde. Alicia había tenido la pantalla grabada. La evidencia seguía ahí. Un sollozo desgarrador brotó de su pecho antes de que pudiera contenerlo. El sonido era tan crudo, tan lleno de dolor, que la habitación entera se sumió en un silencio tenso. —¿Alicia? —La voz de Sofía sonó preocupada. Los dedos de Alicia se cerraron con tanta fuerza sobre el teléfono que los nudillos se le pusieron blancos. Su mirada, perdida, temblorosa, se alzó del dispositivo y se encontró con los ojos expectantes de su madre y hermanas. El mundo que había construido con tanto amor, con tanta ilusión, se derrumbó en un solo instante. Las paredes de la mansión parecieron estrecharse a su alrededor, el aire se volvió irrespirable. Sintió una punzada en el pecho, un dolor tan profundo que la hizo encorvarse sobre sí misma. —No… —murmuró con la voz rota—. No puede ser. Sofía se acercó rápidamente, arrodillándose a su lado y tomándole las manos. —¿Qué pasó? ¿Alicia? ¿Qué viste? Pero Alicia no podía hablar. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas sin control, manchando su piel maquillada. Un segundo antes, había sido la mujer más feliz del mundo. Ahora, estaba rota. —Él… ellos… —Intentó hablar, pero su garganta era un nudo de puro sufrimiento. Katerina le quitó con cuidado el teléfono de las manos, y junto a Alexandra y Sofía, revisaron la grabación que había quedado. Sus rostros se transformaron en máscaras de horror. —¡Ese bastardo! —exclamó Alexandra con furia—. ¡Voy a matarlo! Pero Alicia no podía escuchar nada más. Todo lo que podía ver era la imagen de Marcus prometiéndole amor eterno, mientras en la sombra se entregaba a su mejor amiga. Aquella joven que ella tanto aprecia, la había destruido. La traición se sentía como un incendio en su pecho, devorándola desde adentro, reduciendo a cenizas cada recuerdo, cada promesa. Las lágrimas ardían en su piel, pero no eran suficientes para apagar el dolor que la consumía. El día de su boda, el que debía ser el más feliz de su vida, se había convertido en su peor pesadilla. La opulenta Mansión Morgan se convirtió en un caos en cuestión de segundos. Alicia Michelle no podía respirar, no podía pensar con claridad. El dolor en su pecho era un incendio que la devoraba, y la única forma de apagarlo era con respuestas. Se levantó de golpe, sus lágrimas aún cayendo, pero sus ojos reflejaban algo más allá del sufrimiento: una ira ardiente, desgarradora. —¡Alicia, espera! —gritó Sofía, intentando sujetarla. —No puedes ir a ningún lado así —insistió Katerina, tomándola del otro brazo. Pero Alicia las apartó bruscamente, sus fuerzas impulsadas por la traición. —¡No me detengan! Sus ojos marrones, antes llenos de amor e ilusión, ahora ardían con el fuego de la decepción. Su madre, Eleanor, se acercó con desesperación, queriendo calmarla. —Hija, por favor, piensa bien lo que vas a hacer… Pero Alicia negó con la cabeza. No había tiempo para pensar. No cuando su mundo se había hecho pedazos en cuestión de segundos. Salió corriendo, sus pies descalzos resonando contra el mármol de la mansión. En su prisa, no vio a las figuras que entraban por la gran escalinata. —¿Qué está pasando aquí? —La voz profunda de Alessandro Morgan, su padre, resonó en la sala. Aaron, su hermano mayor, frunció el ceño con preocupación, mientras ajustaba la pequeña corbata de su hijo. —Alicia, ¿a dónde vas? Faltan minutos para la boda — Expuso Alessandro. Pero ella no podía hablar. No podía detenerse. Los miró, y en sus ojos vieron algo que los dejó fríos. Algo dentro de Alicia había muerto. Sin responder, pasó de largo, sintiendo el corazón golpearle el pecho como un tambor de guerra. Cuando llegó al garaje de la mansión, sus manos temblorosas buscaron las llaves de su auto. Sin pensarlo dos veces, se subió a su Aston Martin negro y arrancó con un rugido ensordecedor. El camino a la ciudad fue un borrón. Su visión estaba nublada por la furia, sus manos apretaban con tal fuerza el volante que los nudillos se le pusieron blancos. Cada imagen del video se repetía en su mente como un tormento sin fin. Marcus besando a Viviana. Marcus tocando y teniendo intimidad con la mujer que ella consideraba una hermana para ella. Marcus, el hombre con quien se suponía que compartiría su vida, su futuro… y que ahora la había destruido. —Cásate con Viviana y olvídate de mí. La frase se formó en su mente como un veneno letal. Cuando llegó al lujoso departamento de Marcus Aponte, estacionó de golpe, bajó del auto y subió las escaleras con furia. Golpeó la puerta con fuerza, sin importarle quién pudiera escuchar. —¡Marcus! ¡Abre la maldita puerta! Pasaron unos segundos antes de que la puerta se abriera, y ahí estaba él. El hombre que hasta hace unos minutos era el amor de su vida. Vestido con un elegante traje negro, con su cabello perfectamente peinado, listo para el altar. Su expresión era de confusión, como si no entendiera por qué su prometida estaba ahí, con lágrimas en los ojos y respiración entrecortada. —Alicia, ¿qué haces aquí? —preguntó con el ceño fruncido — Deberías d e estar ya lista. Su voz, que antes le parecía cálida y reconfortante, ahora sonaba hueca, repulsiva. Alicia sintió una punzada de náuseas. —No te atrevas a hacerte el desentendido —susurró, su voz rota por la rabia — Se que me engañabas con Viviana. Marcus dio un paso hacia ella, pero Alicia retrocedió. —No sé de qué estás hablando… —intentó decir, pero antes de que pudiera terminar, Alicia sacó su teléfono y le mostró la pantalla. El video. El maldito video que lo delataba. Marcus se quedó helado. Alicia vio cómo su rostro cambiaba, cómo el color desaparecía de su piel. Por primera vez, lo vio titubear. Por primera vez, lo vio sin palabras. —¿Qué excusa tienes ahora? —le espetó, sintiendo su propia voz quebrarse. El silencio entre ellos fue sofocante. Marcus entreabrió los labios, buscando alguna mentira, alguna justificación, pero nada salió. —Alicia… —¡No te atrevas a decir mi nombre! —gritó, sintiendo las lágrimas arderle en los ojos. Metió la mano en su bolsillo, sacó el anillo de compromiso y, sin dudarlo, lo arrancó de su dedo. —Aquí tienes. Marcus la miró, pero ella ya no era la misma mujer que había amado. Alicia sintió que todo dentro de ella se rompía mientras lanzaba el anillo contra su pecho. —Cásate con Viviana y olvídate de mí. La declaración fue cortante, definitiva. Marcus atrapó el anillo por reflejo, su expresión era una mezcla de incredulidad y desesperación. —Alicia, escúchame… —¡No hay nada que escuchar! —su voz se quebró—. Todo lo que teníamos, todo lo que fui para ti… ¡lo destruiste! El pecho de Alicia subía y bajaba con fuerza, su respiración entrecortada. Marcus alargó la mano, pero ella retrocedió como si su toque fuera veneno. —No quiero volver a verte nunca más —dijo con firmeza—. Nunca. Se giró y salió de ahí sin mirar atrás, dejando a Marcus con el anillo en la mano y el peso de su traición sobre los hombros. El hombre que había sido su todo ahora no era más que un extraño. Y ella… Ella era una mujer destruida, pero no vencida.