Eva
Dicen que cuando entregas tu alma, entregas todo lo que eres. Nadie me advirtió que también recibes algo a cambio.
La mañana llegó con esa sensación extraña que se había vuelto habitual en las últimas semanas. Desperté sobresaltada, con el corazón latiendo desbocado y un sabor metálico en la boca que no me pertenecía. Sangre. Pero no era mía.
Me incorporé en la cama, pasando los dedos por mis labios. Estaban secos. Sin embargo, podía jurar que había estado bebiendo sangre mientras dormía. La sensación era tan vívida que me provocó náuseas.
—Damián —susurré, sabiendo que no necesitaba alzar la voz.
No hubo respuesta, pero sentí su presencia antes de que apareciera. Una sombra que se materializó junto a la ventana, recortada contra la luz del amanecer. Su silueta era perfecta, casi dolorosa de contemplar.
—¿Qué me está pasando? —pregunté, llevándome una mano al pecho donde un dolor sordo palpitaba.
Él se acercó con ese andar felino que le caracterizaba. Sus ojos, normalmente fríos,