60. Un lugar propio
La soledad que le ofrecía el futuro se dibujaba como una sombra alargada. Sus manos, todavía marcadas por la violencia, se apretaron hasta que los nudillos lucieron blancos. Claudia, en el suelo, finalmente logró incorporarse con ayuda. Su orgullo había quedado hecho añicos. La ambición que la había impulsado le había devorado la tranquilidad. Y en la mirada, ahora había un destello de pánico, la certeza de que las piezas del tablero ya no estaban bajo su control.
—No me vas a dejar así —murmuró, intentando recomponerse —No permitirás que me hagan esto, madre. Santiago… —sus ojos buscaron en él respaldo, complicidad — ¡Haremos algo!
Santiago la miró, pero su mirada no encontró en ella el refugio que esperaba. Era una mirada que, por primera vez, comprendía la magnitud de la caída. Y en ese reconocimiento, algo se quebró que no sabía cómo reparar.
Emilia se mantuvo firme como roca. Su voz, cuando habló de nuevo, fue una sentencia y una promesa a la vez.
—Cuiden sus pasos. Yo me enc