61. Batalla silenciosa

No mucho después, una niñera llegó. Era una mujer de sonrisa cálida, con experiencia evidente, capaz tanto de calmar a un bebé llorando como de combinar horarios y rutinas con una eficiencia doméstica admirable. Eidan la miró con curiosidad, y ella, con tacto, le ofreció un juguete, anuncio silencioso de los cuidados por venir. Shaya y Eryx conversaron en voz baja con ella, compartiendo indicaciones, alergias, canciones favoritas y la lista de rutinas. Fue un trámite doméstico que tuvo el peso simbólico de una cita sagrada, elegir a quien custodia la vida de un niño, aunque fuera por unas horas.

Shaya volvió al comedor con la mente repicando entre ternura y determinación. Aún con la felicidad chispeando en su mirada, sus labios se apretaban cada tanto, como si cerrara una puerta tras otra para no dejar entrar el resentimiento que ardía en su pecho. Ella pensaba en Santiago, en su rostro endurecido, en su ira brutal, en la rabia que había desatado la noche anterior en la mansión Pavón
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