Tercer día de mi tortura personal, una que se llamaba “Comparemos a la asistente con la asistonta”, no me juzguen, pero en menos de cuarenta y ocho horas ya habían pasado cinco asistentes por mi oficina.
Se los resumo:
El primer día, Doris. Una pelirroja exuberante de contabilidad que sabía de números y de formas de hacer que el jefe se sintiera bien o eso fue lo que intentó decir antes de que la mandara con viento fresco y la echara de mi oficina. En la tarde apareció Romina, de relaciones públicas y duró lo que fue abrir la puerta y yo gritar siguiente.
Al día siguiente, Lorna, por fin una señora amable y con hijos como me dijo Louise, lo único malo es que con suerte sabía usar el teléfono y yo necesitaba más.
Las otras dos, mejor ni nombrarlas, al parecer creían que yo era un objeto sexual que caería redondito ante sus encantos.
Lo que podría ser cierto si fuera el Aaron antes de tener ese maldito viaje a Nueva York, pero ya no lo era. En estas cuarenta y ocho horas me había transf