La mesa estaba iluminada por la luz temblorosa de las velas, el vino tinto descansaba en copas de cristal apenas tocadas, y el aroma de la cena —una mezcla de mantequilla, romero y pan recién horneado— flotaba en el aire como una caricia nostálgica. Era exactamente como lo habíamos querido: simple, íntimo, solo nosotros.
Un año.
Un año desde que me tomaste de la mano frente a todos y prometiste que no habría día en el que no intentaras hacerme feliz. Un año desde que caminé hacia ti con el corazón desbordado y los ojos empañados de amor. Un año desde que empezamos esta locura con nuestros nombres grabados en un anillo y la esperanza de que, esta vez, el amor fuera suficiente.
Y lo fue.<