El nuevo departamento tenía ese olor a limpio, a paredes recién pintadas y madera virgen que aún no había aprendido a resonar con nuestras pisadas. Cada rincón estaba ordenado, luminoso, minimalista… pero esperaba algo más. Algo de nosotros. Nuestra energía, nuestros silencios, nuestras carcajadas que aún no se habían posado sobre los muebles.Aún no era un hogar. Pero lo sería.Caminé descalza por el piso brillante del salón principal mientras Santiago desempacaba en la cocina, como si ya supiera dónde iba cada cosa. Su ritmo era metódico, eficiente, pero no apurado. Esta vez, no estábamos corriendo. Esta vez, no había amenazas, enemigos ocultos, pasados perseguiéndonos.Estábamos aquí porque lo elegimos.La luz del atardecer caía dorada sobre la mesa del comedor. Las cajas con mis cosas de diseño seguían apiladas en la esquina, esperando ser acomodadas. El proyecto internacional seguía en marcha, y yo trabajaría desde casa durante el primer mes antes de viajar a la sede central. Sant
Seis meses pueden pasar como un suspiro… o como un torbellino que arrastra todo a su paso. En nuestro caso, fue lo segundo.Desde que Santiago y yo nos mudamos, nuestras vidas parecían haber entrado en una especie de vorágine constante, donde los días se medían por juntas, entregas, conferencias, vuelos y cenas con clientes. Todo se había acelerado. Incluso los silencios.Yo vivía con un calendario en la mano. Entre sesiones creativas, correcciones de última hora, presentaciones para marcas globales y entrevistas con revistas de diseño, había llegado a convertirme en una de las diseñadoras más solicitadas del circuito creativo europeo. Mi nombre aparecía en catálogos, artículos, incluso en exposiciones de
La mañana llegó envuelta en una niebla espesa que parecía reflejar mi interior. Las cortinas del hotel se movían con la brisa marina, y el café humeaba entre mis dedos, pero el calor no lograba disipar el escalofrío que me recorría el cuerpo. Había dormido mal. Me revolví entre las sábanas mientras mi mente volvía una y otra vez al mismo punto: la carta. Ese sobre cerrado que aún reposaba sobre la mesa, como un animal dormido que podía despertar con solo rozarlo.Santiago se movía por la habitación con esa eficiencia elegante suya, vistiéndose con una calma que me crispaba los nervios, porque yo estaba a punto de desbordarme. Cada pequeño botón que cerraba con precisión, cada paso firme sobre la alfombra, contrastaban con mi caos interno. No hablaba. No me presionaba. Pero sabía que estaba esperando.Esperan
El sonido de pinceles deslizándose sobre lienzos y herramientas resonando en un taller llenaba las calles del pequeño pueblo costero. Bianca y Luca habían decidido que era hora de construir algo que no solo reflejara sus talentos, sino también el compromiso que tenían con su nueva vida. Bianca, con su amor por el arte, había abierto una pequeña galería en el centro del pueblo, mientras Luca, con su habilidad para reparar y construir, había transformado un viejo garaje en un taller mecánico.Desde el principio, ambos sabían que no sería fácil. El pueblo, aunque acogedor, tenía su ritmo lento, y convencer a los habitantes de que apostaran por ellos requería paciencia.Bianca pasó semanas transformando un antiguo almacén en su galería de arte. Las paredes, antes grises y descuidadas, ahora brillaba
El cielo estaba cubierto por una capa uniforme de nubes grises que parecía haberse estirado sobre el mundo solo para acentuar el tono del día. Las gotas de lluvia no caían, pero se sentían suspendidas, esperando el momento adecuado para derrumbarse como yo me sentía por dentro. El viaje fue silencioso, y no porque el tren estuviera vacío —sino porque mis pensamientos no dejaban espacio para el ruido del mundo exterior.Santiago me abrazó con fuerza antes de irme, su palma cálida en la base de mi espalda, su aliento suave en mi oído. “Recuerda que no tienes que cargar con nada que ya no te pertenece”, susurró. Me aferré a esa frase como un mantra mientras la ciudad se diluía tras la ventana del tren.No estaba lista.
La ciudad me recibió con una tibieza extraña. Como si el viento que golpeaba mi rostro al salir del aeropuerto supiera que algo dentro de mí había cambiado. Que una parte de mi historia, la más oscura, la más pesada, se había quedado en aquella sala de visitas entre paredes grises.Al llegar a casa, la luz del atardecer se filtraba por los ventanales, tiñendo las paredes de dorado. El aroma de café recién hecho y pan tostado me hizo sonreír. Santiago tenía esa forma sutil de decir “te esperé” sin necesidad de palabras. Su manera de amar estaba en los detalles. En los silencios que no incomodaban, en los abrazos dados antes de preguntar.Entré con paso lento, aún descalzando el peso del día. Lo vi en la cocina, de esp
El silencio de la madrugada se sentía distinto esa noche. No era el tipo de silencio apacible que acompaña al descanso, sino uno cargado de posibilidades, de pensamientos que flotaban en el aire como promesas aún no pronunciadas. Estaba sentada en el borde de la cama, las piernas cruzadas, con la laptop abierta y un documento en pantalla que llevaba más de una hora sin que me atreviera a tocarlo.Los papeles para formalizar la creación de Bruma Estudio estaban listos. Solo faltaba mi firma. Una firma. Y sin embargo, pesaba como una condena.Santiago dormía profundamente a mi lado, su respiración lenta y acompasada. En ese momento lo envidié. Esa tranquilidad que él siempre lograba alcanzar cuando las cosas se complicaban. Yo, en cambio,
El sonido de las teclas resonaba como un metrónomo en la madrugada, acompasando el ritmo acelerado de mis pensamientos. La oficina improvisada en el rincón del departamento había dejado de ser un simple espacio de trabajo: ahora era mi mundo. Una mezcla caótica de planos, mood boards, pantallas divididas en Zooms y tazas de café a medio terminar.Bruma Estudio había despegado más rápido de lo que me permití soñar. Lo que empezó como una idea romántica —ayudar a marcas pequeñas a contar su historia—, se transformó en un torbellino de contratos, llamadas internacionales, y nuevos clientes que llegaban gracias al boca a boca o a los contactos que, sin darme cuenta, había ido sembrando a lo largo de los años.