La maleta azul —la que tenía una rueda floja desde hacía años pero me negaba a cambiar— fue la última en cerrarse. El sonido del cierre corriendo por los bordes me dio una sensación extraña, como si con él también se cerrara un capítulo de mi vida.
Me detuve en medio del departamento. Todo estaba en cajas. Las estanterías vacías. Las paredes desnudas. El aire olía distinto… como si ya no fuéramos parte de ese lugar, como si nuestros recuerdos se hubieran retirado discretamente, dejando solo el eco de lo que habíamos sido aquí.
Santiago apareció en el umbral con una taza de café humeante entre las manos. Iba descalzo, en jeans y una camiseta blanca que se pegaba a su torso por la humedad de la ciudad. Su cabello alborotado me hizo sonreír.
—¿Lista? —preguntó, ofreciéndome la taza.
Tomé el café sin dejar de mirarlo. Ese hombre, al que una vez odié sin conocer. Ese que me desafió desde el primer día, que rompió todas mis barreras y también me obligó a reconstruirme. Ese al que amaba con u