La oscuridad no siempre llega de golpe. A veces se desliza en tu vida como un susurro, una tentación irresistible disfrazada de promesas y respuestas. Eso fue exactamente lo que ocurrió con Leo.
Las primeras veces fueron casi inocentes. Gabriel Mendoza lo llevó a pequeñas reuniones, donde los hombres hablaban en códigos y los tratos se sellaban con apretones de mano que escondían amenazas veladas. Leo observaba en silencio, absorbiéndolo todo: las miradas calculadoras, las palabras cuidadosamente medidas, los movimientos de ajedrez en un tablero donde cada pieza era una vida.
Al principio, se convenció de que solo estaba buscando respuestas.
Pero la verdad era mucho más peligrosa que eso.