La puerta crujió cuando Leo la cerró tras de sí. El reloj en el recibidor marcaba las 12:43 a.m. El silencio en casa era denso, como una sábana pesada cubriéndolo todo. Pero no estaba vacío. Lo supo de inmediato. Lo sintió.
Un destello de luz provenía del salón. Una sola lámpara encendida. Y allí, en medio de la penumbra, sentado en el sofá como una sombra esperando a cobrar vida, estaba Santiago.
El corazón de Leo golpeó su pecho con la fuerza de un tambor de guerra. Trató de mantener la compostura mientras dejaba su mochila en el suelo, junto al perchero, sus movimientos deliberadamente tranquilos. Pero sus dedos temblaban.
Santiago no dijo nada de inmediato. Solo lo observó