No era solo un día más.
Leo lo sintió desde que abrió los ojos. Algo en el aire, en el peso invisible que se acumulaba sobre sus hombros, le decía que la normalidad estaba a punto de romperse. Otra vez. Desayunó en silencio, con los auriculares puestos, fingiendo que la música le importaba más que la manera en que su madre lo miraba de reojo o que su padre le acariciaba el hombro con más intención de la que acostumbraba.
El equilibrio de su mundo temblaba con cada paso que daba. Y él, en el fondo, ya sabía por qué.
No había sido capaz de borrar el mensaje de Gabriel. No aún.
Esa noche, mientras Sofía dormía profundame