No hubo paz esa noche.
El silencio de la casa era engañoso. Aunque el reloj marcaba más de la medianoche, y Sofía dormía abrazada al cuerpo tibio de su esposo, el corazón de Santiago latía con fuerza, con una inquietud que lo obligó a deslizarse fuera de la cama sin hacer ruido.
Algo se había quebrado en la dinámica con Leo. No era solo rebeldía adolescente ni simple curiosidad. Había una sombra en los ojos de su hijo que lo perseguía, una distancia que se ensanchaba con cada día que pasaba. Y Santiago no era ingenuo. Había vivido lo suficiente como para saber cuándo alguien era manipulado desde las sombras.
Con el ceño fruncido, se sentó en su despacho, encendió la