Ariadna Acosta está atrapada en un oscuro juego de pasiones y venganzas. Su prometido, Iván, ha sido encarcelado. Desesperada por salvarlo, acepta la oferta de un misterioso y atractivo joven rubio que promete liberarlo, sin imaginar las consecuencias. El precio que paga es alto: ahora debe casarse con Nathan, el medio hermano de Iván, un hombre que solo busca vengarse de él y de su padre. Lo que comienza como una obligación pronto se convierte en una irresistible atracción. Nathan, con su astucia y fingida frialdad, despierta en Ariadna sentimientos que ni ella misma comprende. Mientras Iván, consumido por los celos, la trata como una traidora, Ariadna se encuentra dividida entre el amor que alguna vez sintió por Iván y el peligroso deseo que Nathan le provoca. ¿Será Nathan el verdadero villano o el único que ha sabido jugar bien sus cartas? "Ariadna negó con la cabeza. Se sintió estúpida, resultó ser una simple pieza en el tablero de Nathan Karsson, mejor dicho; Nathan Urriaga. El hombre usaba la máscara de inocente esposo y fingía sufrir por la infidelidad de la mujer que “ama”, quedó como la víctima de una promiscua bruja que se metió con dos hermanos. Hasta sus padres la veían como la mala de la historia. Ella miró el techo, ¿habría alguna manera de salir de todo ese maldito embrollo?"
Ler maisNathan Karsson, antes de volver a su recinto, contempló con una expresión de burla su reflejo en la ventana de vidrio. Si su padre creía que eso sería todo, estaba muy equivocado; su venganza apenas daba inicio.
El joven Karsson sacó un teléfono de su portafolio y empezó a mandarle mensajes anónimos a su medio hermano, mediante esos textos, le contaba una elaborada historia de amor, traición e infidelidad protagonizada por Ariadna Acosta. Sus carcajadas resonaron en la habitación. El reloj marcó la siguiente hora y, por placentera que pareciera ser la venganza; ese círculo te devuelve al inicio, a esa sensación de vacío y dolor. En ese tiempo el alcohol resultó su mejor aliado; al ingerirlo, sus absurdas emociones se entumecían. Tras su segunda copa de vino, logró relajarse y con su espalda reclinada en su silla de piel sintética de color negro, la imagen de Ariadna irrumpió en su cabeza. Sus labios carnosos le resultaron apetecibles. La duda de ver qué había debajo de aquel vestido blanco, sin mancha, impecable y perfecto, le resultó tentadora. Tras probar la tercera copa, sus mejillas adquirieron un leve sonrojo. Sus pensamientos lascivos podían volverse palpables; la mujer que los inspiraba estaba a unos cuantos metros. … En un intento fallido de ser sigiloso, Nathan tiró un jarrón que adornaba el pasillo. Sin darle mayor importancia, siguió su camino hasta irrumpir en la habitación de Ariadna. Observó de pies a cabeza a su esposa recostada en la cama. Se acercó de a poco a ella, semejante a un cazador que tienta a su presa. Y al llegar a su lado, depositó con suavidad su mano en su cintura. Ariadna brincó ante el tacto. —¿Qué haces? —le dijo aterrada. —Nada. ¿Qué hay de malo en que te sujete la cintura? Eres mi mujer. Ella agitó la cabeza. —Yo no soy tu mujer. Deja de decir locuras. —Eres mi esposa, no está mal llevarnos bien. —Recorrió con su mano la estrecha curva del torso femenino. —Oye, ¿qué te pasa?, ¿estás borracho, verdad? —Ella saltó de su lugar y se alejó varios pasos de él. —Estamos aburridos. Podemos distraernos un rato. —Acortó la distancia entre ellos, estiró su mano y agarró la mejilla de Ariadna con ímpetu y la besó con ferocidad. Ariadna no tuvo una reacción inmediata, el pánico no la dejó actuar. Experimentó cientos de besos en el pasado, pero nadie le había devorado la boca así, con tanta hambre, sus lenguas obscenas danzaban. A través de sus fosas nasales percibió el aroma a sándalo; cálido, cremoso y amaderado que desprendía aquel hombre. Se separaron un poco por la falta de aire, el tiempo suficiente para que los pensamientos coherentes volvieran a ella. Nathan se volvió a acercar y Ariadna, con mano firme le dio una bofetada. Él sujetó su mejilla enrojecida, y le dedicó una mirada que destilaba odio. El coraje hizo que el alcohol abandonara su cuerpo. —Estúpida. Te iba a dar el honor de pasar la noche con un verdadero hombre. —Sonrió de lado sin dejar de masajear su cachete—. Por lo visto eres tan simple y corriente como él. No tienes ni un gramo de clase, mujer barata. —Se giró sobre sus talones y salió de esa habitación. Ariadna, luego de quedarse sola en el frío y lujoso cuarto, se dejó caer sobre el colchón. Abrazaba las sábanas blancas, mientras sus ojos soltaban lágrimas de amargura. Tenía cuatro días de casada, y el dolor de ese día parecía aumentar. … Una semana antes: —No olvides que esta bella boquita debe adornarse con una sonrisa, mi amor —Nathan estiró su mano hasta sujetar con fuerza la barbilla de Ariadna. Ella trató de soltarse de su agarre, pero su “prometido” era mucho más fuerte que ella, así que cualquier intento era inútil. —¿Por qué? ¿Por qué yo? —quiso saber con voz quebrada. No comprendía qué de especial o extraordinario tenía ella para ser la elegida y convertirse en su esposa de mentiras. —Porque sí —le respondió con una sonrisa torcida. Tres días después de eso fue su tan aclamada ceremonia de bodas. Siempre fantaseó con ese día; la felicidad que iba a emanar de sus padres, sus futuros suegros y sus amigos. Sin embargo, ese día no era nada parecido a lo que soñó. Primero su boda sería con un tipo que apenas conoció, y de lo único que tenía la seguridad es que era un hombre poderoso y peligroso, que ni siquiera tuvo la decencia de explicar el verdadero motivo por el que necesitaba una esposa falsa. Antes de salir y hacer su entrada triunfal, le colocaron con cuidado el velo. Tomó aire, sus manos temblorosas sujetaron con fuerza el ramo de rosas blancas naturales y acto seguido avanzaba por el pasillo, de fondo se escuchaba la marcha nupcial. En su pecho la opresión crecía y sus manos sudaban tanto que creyó que su ramo se le caería en cualquier momento. De repente miró a su padre, su cara denotaba seriedad, como si en lugar de estar en una boda estuviera en un funeral. Por un momento el miedo la hizo creer que él no estaría ahí. No podría enfrentar esa situación sola. Al estar frente al altar, sus ojos marrones se posaron en la figura de su futuro esposo; Nathan, sus ojos verdes e intimidantes, ahora reflejaban falsa dulzura. El juez comenzó con el protocolo de la ceremonia y un pastor invitado dio una pequeña reflexión sobre la importancia del matrimonio. El juez volvió a lo suyo y los miró directo a los ojos antes de declararlos marido y mujer. Ariadna soltó unas pequeñas lagrimitas, y Nathan le sujetó con delicadeza la mejilla, se inclinó hacia ella y le rozó con suavidad los labios. Los presentes sonrieron, y la madre de Ariadna no pudo ocultar su descontento. El nuevo matrimonio giró y quedó frente a la audiencia. Nathan le apretó la mano y ella giró la cabeza en dirección a él. —Sonríe por este hermoso día —le dijo en voz queda. Instantáneamente ella obedeció.Los pensamientos no dejaban de revolotear en la mente de Nathan. Ayer se cumplió un año de la muerte de Jennifer, la mujer que lo cuidó y veló por él como si fuera un hijo. Los años pasan y el cuerpo se desgasta. Las enfermedades llegan. La muerte es algo inminente. El tacto de unas manos cálidas lo hizo regresar al presente. —¿No tienes sueño? —le preguntó su esposa. Nathan le acunó las mejillas con ambas manos y besó sus labios. Al principio, fue un gesto suave, una simple muestra de cariño. No obstante, el beso se extendió conforme pasaban los segundos. En el instante en que su lengua se adentró en la boca de su mujer, supo que esa sería una noche larga. Perdió la cuenta de las veces que se hundió en ella, de las veces que lamió sus pezones y que su lengua recorrió sus pliegues. Los dos conocían cada rincón del cuerpo del otro. Se disfrutaban con un deseo intenso, como si sus cuerpos fueran un territorio desconocido. Al día siguiente, se levantaron muy temprano; ese día
Hola, primero, muchas gracias a todas las personitas que se han tomado el tiempo de ver vídeos para desbloquear los bonos y los han utilizado en mis capítulos. Gracias a las que han invertido directamente para leer la novela. De verdad si ustedes no se armaría el show. Yo sé que mis escritos no son perfectos pero es una promesa que en cada capítulo seguiré dando lo mejor de mí. Hace unos meses tomé esto como mi trabajo y estoy muy agradecida de los bonitos comentarios que me han dejado. Que Dios les bendiga mucho. Ahora como me gusta promocionarme descaradamente, les dejó la sinopsis de mi primer novela que ya está finalizada: Sádico: ¿Amor o síndrome de Estocolmo? ¿Qué hacer cuando anhelas a alguien completamente indebido? Libia Musso, una romántica empedernida, siempre ha soñado con la familia que nunca tuvo. Con la idea de algún día encontrar a su hombre perfecto, su príncipe azul, y lucha por la irremediable atracción que tiene por los patanes. Un día se embarca a Brasil pa
Dos años después. Ariadna llevaba oficialmente un año de haber renunciado. Nunca olvidará el gesto de felicidad en el rostro de su madre al darle la noticia. Nathan le dijo que más adelante podía buscar otro trabajo, poner un negocio y hacer lo que ella quisiera. El problema de su antiguo empleo radicaba en la saña con la que Lucas la comenzó a tratar. Ahora era ama de casa, lo que equivalía a hacer mil trabajos al día. Disfrutaba poder estar presente en la vida de su hijo. Las cuestiones laborales las retomaría más adelante. En el presente, sus batallas ya no eran los presupuestos o inventarios. Su mayor lucha era la gastritis, que por falta de cuidado se intensificó. Ese día, en particular, se encontraba tan sensible que inició una discusión con su esposo por no usar portavasos. En su defensa, el comedor era nuevo y de madera. En otras ocasiones le externó su molestia, y Nathan hacía caso omiso a su petición de ser cuidadoso. Toda la mañana y parte de la tarde repasó el i
En las semanas siguientes, Nathan permaneció alerta. Atento a que su suegro no utilizara el trabajo que le otorgó para tenderle alguna clase de trampa. Esos días, ambos avanzaban con precaución, recelaban hasta de su propia sombra. Cautelosos a no revelar algo que uno pudiera emplear en contra del otro. Sin embargo, los días se transformaron en meses y nadie podía fingir ser algo que no era. Así que con más "confianza", Gerardo exhibía su verdadera personalidad. La de un hombre maduro, que disfrutaba ser galante con las empleadas jóvenes. Les invitaba un café o el almuerzo y hacía bromas frecuentemente fuera de lugar. —Buenos días, señorita Jimena. Veo que hoy viene con falda. ¿Qué tal si me da una vueltecita para apreciar mejor la... vista? La joven apretó los puños y esbozó una sonrisa forzada, en su estómago sintió una mezcla de asco e impotencia. —Buenos días, señor Acosta —respondió con la mayor cortesía posible, y luchó contra el impulso de abofetearlo. Gerardo rehusa
Sus circunstancias no eran las que alguna vez idealizó en su juventud. La vida resultaba dura, complicada, y jamás sintió tanto temor por sus finanzas como en ese momento. Sin embargo, pese a lo difícil de todo, estaba seguro de que nunca experimentó tanta felicidad. Al ver la sonrisa de su amada, al sentir los bracitos de su hijo rodeándole la pierna, sentía una paz única. Lástima que siempre existiera alguien dispuesto a arruinar esos momentos especiales, y en su día perfecto de unión matrimonial, esa persona fue su suegra. Justo después de la boda, comenzó a quejarse de todo. Le reclamó a Ariadna por los grandes sacrificios que hicieron por ella. Con lágrimas de pura amargura, le dijo que detestaba que se conformara con tan poca cosa. Todo porque la boda, en esta ocasión, no fue nada comparado con los buenos tiempos económicos. Criticó sin piedad su vestido, y literalmente lo llamó "corriente". La acusó de conformista por aceptar una simple comida en casa de sus suegros en lug
Ariadna era consciente de su desmedido estrés, entre los excesos de trabajo, estirar la economía y los constantes reclamos de su madre al enterarse de que volvió con su exesposo. Nunca creyó que la relación con sus padres sería tan pésima; no obstante, las personas cambian, para bien o para mal, y esa era una verdad que todavía le costaba procesar. A sus padres les agradaba la idea de que conociera a Lucas, que saliera con él, que rehiciera su vida. Sin embargo, la “relación” causó descontento después de escuchar su mentalidad. El hombre creció en una familia donde las mujeres tomaban las riendas de su vida. Lucas le pidió a Ariadna que se concentrara en su trabajo, sin importar los sacrificios. Eso no era malo. El problema era que ella ya tenía otra responsabilidad. Su hijo era muy pequeño y a Lucas no parecía importarle que lo dejara solo con tal de realizarse profesionalmente. Los Acosta vieron en eso una señal negativa. “Claro, porque no es su hijo. Por eso no le import
Último capítulo