37. Quiero el divorcio
Elizabeth miró la pequeña llave entre sus dedos, nerviosa a más no poder. No sabía lo que iba a suceder después de esa noche, pero ya ansiaba descubrirlo.
Amaba a Leonas, y el hecho de que él la siguiera amando a ella despertó algo en que corazón que creía se había quedado en el pasado.
— Señora, ya llegamos — le avisó el chofer, al detenerse a los pies de propiedad.
Ella miró por la ventana. Era casa con un jardín grande y precioso.
— ¿Estás seguro de que es aquí? — preguntó, extrañada. No podía creer que Leonas fuese el dueño de una propiedad así, aunque sabía que ganaba más que cualquier escolta de élite común.
— Sí, señora, estoy seguro de que es aquí. ¿Quiere que la espere?
Ella negó con una sonrisa.
— Vuelve a la mansión, y si alguien pregunta por mí, tú diles qué… — se mordió el interior de la mejilla, un tanto avergonzada.
El hombre la miró por el espejo retrovisor y le regaló una fresca sonrisa.
— No se preocupe, señora, yo veré que digo, vaya — la motivó, sacando los