32. Solo pídemelo y te saco de ese infierno.
La llevó a la cama y la desnudó con increíble ternura. Un lado de luz plateada iluminaba cada pedazo de piel expuesta… enloqueciéndolo; y mientras la recorría entera a besos, sus ojos no echaron de menos la expresión de deseo en el rostro de su joven esposa, cada gesto, cada pequeño y suave suspiro que salía de su boca.
Probó la piel de sus caderas, del plexo solar y la curvatura de sus frondosos pechos. Ansioso, llenó una de sus manos con ambos, primero uno y después el otro. Eran del tamaño perfecto.
— Necesito probarlos — gruñó, y buscó en su mirada algún indicio de aceptación.
Ana Paula asintió ligeramente, embelesada. Él no esperó una segunda oportunidad y los probó ávidamente, como si hubiese estado hambriento de ellos desde hace una década entera.
Ella se arqueó en respuesta y gimió de aceptación, de increíble placer y absoluto deseo. Enterró los dedos en cabello, intentando controlarse de no estallar, pues lo que él le hacía sentir únicamente con su boca era inigualable. Ja