31. ¿Sigues amando a Cesar?
— Tu mano — le pidió Ana Paula a su esposo con ternura.
Santos obedeció sin quitarle los ojos de encima. La luz plateada que entraba por la ventana y rodeaba su anatomía, la hacía lucir frente a sí como un ángel celestial, imposiblemente bella.
Se quejó entre dientes cuando el desinfectante hizo contacto con la piel de sus nudillos.
— Lo siento, ya casi acabo — musitó ella, sonrojada, y con dulce delicadeza, procuró ser lo más cuidadosa posible para no seguir lastimándolo. Segundos más tarde, sonrió orgullosa por su trabajo — Creo que ya está, en un par de días no sentirás nada.
Él asintió, mirando que en efecto había hecho un buen trabajo curándolo.
— Eres buena.
— Aprendí a curar heridas desde pequeña, mi madre… — se mordió el interior de la mejilla, silenciándose a sí misma.
— ¿Tu madre qué? — la instó a continuar.
Ella negó con la cabeza y comenzó a guardar todo lo que había usado.
— No es nada — dijo al tiempo que su indomable esposo la tomaba de la cintura, impidiéndose