El silencio me despierta y la claridad que se filtra por las cortinas que percibo a través de mis parpados, me recuerda que el mundo allá afuera sigue girando, aunque yo sienta que el mío se detuvo hace horas.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me rendí al letargo del sueño, pero me obligo a abrir los ojos.
Me cuesta hacerlo, los parpados me pesan más de lo habitual. Respiro hondo, con calma, sintiendo cómo mi cuerpo pesa más de lo normal. Mi cuerpo parece suspendido entre el agotamiento y una deliciosa calma a pesar del dolor que siento en medio de mis piernas.
Un dolor que no me incomoda, al contrario, me recuerda lo bien que se siente experimentar, sentir, probar.
Respiro hondo otra vez, el aire que invade mis pulmones es tibio, con ese aroma inconfundible que reconozco y se me cuela bajo la piel.
Un hormigueo placentero vibra en mi vientre, sonrío como idiota sin dejar de ver la ventana.
Quiero moverme, pero siento las piernas adormecidas, los músculos en mis muslos tiemblan