Caterine estaba desorientada y un dolor sordo le martillaba la cabeza. Abrió los ojos lentamente, parpadeando varias veces mientras su visión se acostumbraba. Al terminar de abrirlos por completo, se encontró en una habitación pequeña y desprovista de muebles, salvo por la cama en la que yacía. Una sola bombilla en medio del techo iluminaba la habitación. El aire estaba impregnado de humedad y de un hedor extraño que no lograba identificar, pero que le revolvió el estómago.
—¿Cómo demonios llegué aquí? —preguntó en un susurro, haciendo lo posible por ignorar el olor. No necesitaba ponerse a vomitar.
Intentó ordenar sus pensamientos, buscar el último recuerdo antes de que todo se volviera borroso. Recordó haber estado en casa de su hermana mayor, la confesión sobre su embarazo y luego... el viaje en auto.
—Estaba hablando con Corleone —musitó con los recuerdos más claros—. Y luego algo me golpeó.
Después de eso todo se volvía borroso, había escuchado algunas voces, algunas agitadas ot