Gino bajó de su auto y se acercó al otro vehículo, del que Greta y su padre acababan de descender. Juntos caminaron hacia la entrada principal de la casa. Aunque se esforzaba por aparentar tranquilidad, estaba algo nervioso. No era del tipo que se intimidaba fácilmente, pero sabía bien que los Vanucci no eran una familia cualquiera. Provenían de una larga línea de riqueza y prestigio. Su apellido no pasaba desapercibido en ningún evento importante. Era fácil olvidarlo cuando pasabas tiempo con Greta.Gino también provenía de una familia adinerada, aunque en su caso, su padre había surgido de la nada y construido su fortuna desde cero. Por su parte, él había trabajado sin descanso para amasar la suya propia. Así que poco le habría importado si se trataba de la misma realeza, de no ser porque era la familia de la mujer que lo traía completamente loco. Durante el trayecto por el corredor principal de la mansión, Edmundo inició una conversación relajada. Gino respondió con soltura, aunqu
—Mi mamá piensa que eres atractivo —comentó Greta, divertida, con una sonrisita escondida en los labios.—Por supuesto que lo piensa —respondió Gino con descaro—. ¿Es que acaso no me has visto? —Él giró la cabeza y le guiñó un ojo antes de volver a mirar al frente.Greta negó con la cabeza, conteniendo una carcajada.—Eres insoportable.—Di lo que sea necesario para resistirte a mi encanto, pero al final vas a pensar igual que yo.Esta vez, Greta no pudo evitar reír. Era tan fácil pasarla bien con Gino. Siempre encontraba la manera de sacarle una sonrisa.Se apoyó en la ventana, observando el paisaje que pasaba a toda velocidad. Un bostezo se le escapó sin que pudiera evitarlo. Aún tenía sueño. Gino había aparecido en la puerta de su departamento justo a la hora que le había prometido la noche anterior… demasiado temprano para ser fin de semana.—Deberías descansar. Todavía nos queda una hora de viaje por delante.Greta asintió y cerró los ojos. Pronto, sus pensamientos se volvieron d
Greta tardó unos minutos en recomponerse. Esa historia de la abstinencia se le estaba haciendo cada vez más difícil. Deseaba a Gino con una intensidad que a veces le resultaba difícil controlar. Nunca había sido alguien que pensara demasiado en el sexo—de hecho, siempre creyó que podía vivir perfectamente sin él—, pero desde que Gino apareció en su vida, su cuerpo parecía tener otras ideas.Suspiró y terminó de arreglarse antes de salir al exterior.Encontró a Gino recostado en una de las hamacas. Se había quitado la camiseta que llevaba al salir y ahora solo vestía unas bermudas.Greta deslizó la mirada por su cuerpo sin ningún recato. El sol le acariciaba el pecho y el abdomen, resaltando el dorado natural de su piel. Incluso desde donde estaba, podía distinguir perfectamente el inicio de la “uve” que se insinuaba bajo el borde de las bermudas.Era una visión por la que muchos pagarían entrada… y ella la tenía en exclusiva.Él giró la cabeza hacia ella y le sonrió con la mezcla perf
En cuanto Greta se recuperó de su orgasmo, Gino salió de la piscina y la llevó de regreso a la tumbona. Se acomodó primero y luego la recostó sobre su pecho. Quería tenerla tan cerca como fuera posible, sentirla contra él.—¿Y qué hay de ti? —preguntó ella, al sentir la suave presión de su excitación rozar una de sus piernas.Sin pensarlo, Greta empezó a deslizar una mano por su vientre, dirigiéndola hacia su entrepierna.—Yo podría ayudarte con eso —murmuró, con un tono de complicidad.Pero él la detuvo, tomando su muñeca con suavidad, pero firmeza.—Descuida, lindura. Esta vez se trataba de ti —respondió él, y le dio un beso suave en la cabeza, un gesto de ternura que contrastaba con la intensidad de lo que ambos sentían.La deseaba con una intensidad que le resultaba casi dolorosa, como casi todo el tiempo. Así que no había nada de nuevo en ello. Pero no había organizado aquel fin de semana para buscar satisfacción personal o hacerla romper sus reglas, sino para que ambos tuvieran
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab