Greta miraba la televisión, aunque en realidad no estaba prestando atención. No podía dejar de pensar en la mentira que le había dicho a Gino. Ni siquiera sabía de dónde había salido. Había esperado que, al decirlo, él no intentara besarla otra vez, y por cómo había reaccionado tenía el presentimiento de que así sería.
Había bastado una sola mirada a Gino para que todas las emociones confusas que creía olvidadas volvieran a surgir con fuerza y para que sus pensamientos se volvieran un caos. En cambio, había salido con Isaia un par de veces más desde su primera cita; de hecho, deberían haber salido esa noche también, pero había encontrado una excusa para cancelar. Y, aunque él le agradaba mucho y se llevaban muy bien, no le producía ninguna emoción.
Después de estar horas dándole vuelta al asunto, tenía que aceptar que sus sentimientos por Gino iban más allá del deseo y no tenía sentido continuar negándolo.
Y eso era un desastre, porque solo terminaría con el corazón roto. Esa era una