Sus ojos brillaban, las mejillas arreboladas, el anhelo visible en los labios entreabiertos que volvieron a incitar sus ganas, haciendo que su miembro renovara su tensión.
—Creo que voy a necesitar varias sesiones de este tipo. No sabría decirte cuántas. Podemos ir probando. Aún tengo mucho para mostrarte.
—Eso creo, sí.
—No soy de los que posponen lo inevitable ni postergan la recompensa.
—Parece que este presente era irremediable—dijo ella— No importó cuánto quise torcerlo o evadirlo.
—No se puede engañar el destino. ¿Por qué hacerlo, además?
—Puede que tengas razón.
—La tengo—aseguró, y avanzó sobre ella, pasando por encima de sus piernas hasta quedar a horcajadas, acercando sus caderas, sin presionar, sobre su pelvis, haciéndole sentir el largo de su miembro endurecido—Bonita. Alguien vuelve a saludarte.
—¡Eres un tonto!—sonrió ella, pero estiró sus manos para envolver su cuello y lo atrajo para besarlo con dulzura, mientras comenzaba a rockear sus caderas para hacerle saber que e