—Señorita Sibel… —ella se giró en el momento.
Estaba descalza en el jardín, de cierta manera despidiéndose de la comodidad de la mansión, cuando Sora se detuvo frente a ella.
—El jefe… me pidió que la llevara… a donde usted quisiera… —el nudo se le hizo muy grueso en la garganta—. ¿Tiene las cosas listas…?
Sibel asintió de forma lenta.
Tenía solo una maleta de sus cosas verdaderas, y lo que habían recuperado de la mansión de su padre hace algún tiempo.
No se llevaría una sola cosa de lo que Iván le había comprado, y tampoco tenía idea, de que le diría a Sora para irse.
—¿Puedes llevarme a la mansión de los MacMillan? Hay cosas que debo recoger allí… mis tarjetas y cosas que necesitaré.
—¿Desea que la escolte y luego la lleve al lugar a donde irá…?
Sibel sonrió.
—Eso sería perfecto, Sora… —por primera vez en mucho tiempo, Sora también sonrió y asintió.
—Bien… entonces la espero.
Sibel dio un paso para irse a la habitación, pero se giró a mitad de camino.
—¿Iván va a venir en algún mome