Pasaron tres días para que a Iván lo diesen de alta.
Llegaron por la tarde a la mansión, y por supuesto Iván ya había planificado de ante mano que, si su abuela llegase a estar, debería ser sacada. Pero por supuesto, ella no estaba desde hace mucho.
En silencio se fue a Rusia, o eso es lo que sus hombres le habían informado. Sin embargo, él sabía que debía tener mucho cuidado con sus pasos, porque Ágata le había demostrado a lo largo de los años, que era una persona totalmente traicionera.
Él se sentó en el amplio Sofá y se dio cuenta de que habían tomado sus órdenes a la perfección, cuando quiso cambiar muchas cosas de la casa, y la iluminación era una de ellas.
Notó como Sibel miró hacia todas partes extrañada y él solo se quedó pendiente de su reacción.
—Esto está… diferente…
—¿Te gusta? —Sibel alzó los hombros.
—No lo sé… creo que está más iluminado… diferente a como cuando viví aquí.
—Pero… ¿Te gusta? —Ella frunció el ceño, se sentó cerca y preguntó.
—¿Te golpearon en la cabeza?