FLOR DE MEDIO DIA

Ciudad de La Molina, Lima 10:00 am

-No me interesa –dije esperando que ofreciera algo más, su oferta era muy pobre.

-Le pagaré en cuanto salga mi cosecha, se lo prometo –agregó desesperado.

Tenía marcadas ojeras en el rostro, la piel arrugada y marchitada por el tiempo. Cualquier burdo se hubiera dado cuenta, aquel miserable ser estaba en la ruina; no tenía, siquiera, para comprar un carrete de hilo y coser su deteriorada ropa.

-Acuda al banco si tanta es su necesidad –no podía evitar la repulsión que me causaba su hediondo aroma–. Esta es una entidad privada, además –cogí un paquete de papeles que se encontraban a mi lado–. Usted ya nos debe una suma considerable y no ha efectuado ningún depósito.

-La cosecha anterior no me dejó mucho –estrujó su polvorienta gorra–. Tuve que pagar a mis acreedores.

-Bien –resoplé parándome, ya me había cansado de ver su acabado semblante–. Primero cancelará su deuda y luego le haremos un nuevo préstamo, su cuenta es de...

-¡No! –Gritó empujando la silla hacia atrás–. No tengo con que pagarle, por eso necesito que me preste más dinero… O si no… Si no…

-Le propongo una solución –me escuchaba atento–. No puedo darle más dinero, pero sí puedo ayudarle con su problema.

-¿Cómo? -Inquirió ansioso. Sus despreciables arrugas bailaban en su quemado rostro. El sol le había dejado como recuerdo algunas cicatrices blancas.

-Usted tiene una hija de 17 años ¿Cierto? -Cuestioné esbozando una pícara sonrisa. Un temblor imperceptible, se apoderó de mis manos. El solo hecho de pensar en los beneficios que puedo obtener con esta preciada mercancía, me inundaba de ansiedad.

-Sí. –Dijo un tanto nervioso.

-Yo soy dueño de “Zona Hot”. –Agregué sin dejarle procesar aquella situación.

-¿El bar nocturno? –Me preguntó confundido. Sus decaídos ojos tiritaban inundándose de diáfanas lágrimas.

-Sí –le respondí frunciendo el ceño. La fotografía de una joven se observaba entre los papeles de mi desordenada meza–. Entrégueme a su hija para que se convierta en una de mis mesalinas y su deuda estará pagada.

-¡¿Qué?! –Exclamó acalorado– ¡No puedo hacer eso! ¡Prefiero morirme de hambre!

-Así será entonces. –Me disgustaba que hicieran perder mi tiempo. Le brindé una solución a su miserable vida y se negó, no puedo hacer más. Indiqué a mis hombres que lo retiraran de mi oficina.

Estaba malhumorado, enojado ¿Acaso cree que esto es una beneficencia? Nada en este mundo se obtiene sin antes entregar algo a cambio. Para ganar beneficios, debemos hacer ciertos sacrificios. Mientras más grande y doloroso sea, más dulce y gratificante será la recompensa.

Debía apagar la ira que crecía en mi interior. Cogí el teléfono y cité a Marilyn –una de las tantas zorras que se hacen llamar secretarias–, en un bar céntrico de la ciudad. Solo el licor y la lujuria podían calmar las ardientes llamas que consumían mi interior.

-Deberá regresar antes de las 8 –dijo mi mayordomo–. Los accionistas mayoritarios de RAMP vendrán para evaluar su proyecto.

Lo miré sin decir palabra alguna. Él sabía que me enfurecía cuando me hablaban después de un rechazo por parte del vulgo; sin embargo, también era consiente que lo más importante para mí es el dinero. Se arriesgó a decirme lo de RAMP –asociación de comerciantes–, aun temiendo que le arroje la botella de vino que guardaba bajo mi escritorio, como lo hacía cada vez que me enojaba.

-Viniste muy rápido –sonrió Marilyn retirando un cigarrillo de sus rojos y gruesos labios–. Parece que…

No la dejé terminar y la besé. Su boca sabía a tabaco barato, su lengua era agria como el limón y su perfume asfixiaba como humo de basura quemada; pero tenía un cuerpo exuberante, pechos voluptuosos, caderas abultadas y un trasero firme. Era perfecta para pasar un buen momento.

No veía la hora en que llamara a sus amigas y juntas iniciaran una libidinosa sesión para deleitar mis ávidos ojos.

En diversas ocasiones, escuché a mis subordinados decir que la lujuria no se compara con el amor, que llega el momento en que uno se cansa y solo desea tener una buena compañera a su lado para reposar y pasar gratos momentos juntos.

¡Tremenda estupidez!

¡¿Cómo podría alguien cansarse de esto?!

Para mí el amor no significa nada, estoy casi seguro que una sola mujer no podría aplacar mis deseos… Yo necesito más... Más...

-Buen día señor –saludó una joven al barman.

Tenía el cabello largo y ensortijado como resorte, cuyo bronceado color me recordaba al cobre; sus grandes ojos vivaces me despertaban una enigmática curiosidad, parecían salidos de una caricatura. El color de su piel se asemejaba a la nieve, pero sus mejillas eran de una grana sutil.

Se veía tan delicada. Su fragilidad solo podía compararse con los pétalos de rosa. Sentía que, si la apretaba entre mis brazos, terminaría destrozándola. ¡Qué criatura tan sublime! La inocencia desbordaba por cada poro de su piel.

Desde aquel entonces la quería; deseaba que fuera mía, aunque sea por una noche.

#

¿Cuál es el sentido de la vida? A veces pienso que solo existimos porque una caprichosa raza superior, necesitaba a quien gobernar, trabajadores para sus tierras y constructores de sus edificios, es por eso que para muchas personas es suficiente comer, tener sexo y ganar unas cuantas monedas que le permitan conseguir las dos primeras cosas, mientras nosotros, los que deseamos algo diferente, profundo, místico, amoroso; somos tildados de locos, despreciados y torturados. Excluidos de las reuniones sociales y repudiados por nuestros pares.

Después de dejar a Dalia en su escuela –aquella que en algún tiempo me albergó en sus aulas–, deambulé un rato por las calles de la ciudad leyendo los avisos de:

“Se busca muchacha para…”

Esperando encontrar algo mejor que no demande tanto esfuerzo físico, porque ya tenía la espalda destrozada por las cajas de abarrotes que debía cargar en mi trabajo en el mercado.

No encontré nada convincente y ya me acercaba a la zona céntrica de la ciudad.

“Los grandes bares y restaurantes, siempre están buscando jóvenes para que atiendan a los clientes, es una buena oportunidad”. Pensé.

Aceleré mis pasos rumbo a la hilera de negocios que podrían brindarme un espacio para laborar. Camine durante mucho tiempo en dirección hacia La Molina. Unos amigos del trabajo me habían comentado, que ahí siempre buscaban muchachas para atender a los comensales.

Con motivación, descartaba uno a uno los lugares hasta que llegué al último; era un bar de estilo clásico, aparentemente elegante. Las azafatas usaban uniforme y no se exhibían como en otros lugares. Las luces le otorgaban calidez, sofisticación; sus mesas eran de vidrio, redondas y pomposas; en cuanto a su aroma ¡Que puedo decir!... Apenas se percibía el humo de los cigarrillos. Me daba la impresión que nadie fumaba ahí, salvo una mujer cuya apariencia no era nada similar a las demás; creo que no pertenecía a ese elevado círculo social.

-Buenos días señor –saludé sonriente al cantinero, que ellos prefieren llamar “barman”, pero a fin de cuentas es lo mismo–. Estoy buscando trabajo y me gustaría saber si…

-Lo siento señorita –me respondió amable–. Solo aceptamos personas con referencia, por eso no encuentra ningún aviso de "se busca", en nuestra pared –sentí mucho no haber nacido en una familia de clase media, porque me hubiera encantado trabajar en ese lugar.

-Pero tengo experiencia –increpé subiéndome a uno de los bancos de tallo largo–. Sé preparar bebidas, limpiar mesas, barrer, encerar, lavar… ¡Incluso aprendí algo de electricidad! ¡Le puedo ser muy útil! –Lo de preparar bebidas era mentira, apenas si podía hacer limonada.

-Lo lamento –limpiaba un vaso con una tela fina–. Será para otra ocasión.

Ese lugar me había impactado, y no quería trabajar en otro sitio que no fuera este. Regresar a la tienda comercial a cargar cajas por la noche, no sería lo mismo.

Desanimada, incliné la cabeza al marmoleado piso dispuesta a marcharme. De repente, apareció frente a mí un hombre alto de sibilina apariencia, ojos pardos como la tierra, cabellos grises como las tardes de invierno. Su cuerpo era fornido, quizás practicaba algún deporte.

Su intimidante mirada penetraba mi corazón igual que la saeta, hasta el punto de hacerlo temblar de ansiedad. Me parecía haberlo visto antes, tal vez no en persona, pero sí por fotos.

-Un gusto Mr. Stevens Madison –sonrió el cantinero inclinando levemente los hombros–. Es un placer verlo por aquí ¿Tomará lo de siempre?

-Lo había llamado “Madison”, ahora lo recuerdo. Este hombre era el presidente de CODALU, entidad dedicada a realizar préstamos sin aval, famosa por los altos costes en sus intereses.

-Sí –respondió sin quitarme la mirada ni apartarse del camino, era como si se interpusiera entre la salida y yo para no dejarme escapar–. ¿Ella es una de tus nuevas azafatas?

-¿Eh? No –acotó un poco nervioso. Creo que, si le hubiera dicho que me diera el trabajo, en ese mismo instante, lo hubiera hecho–. Es solo una joven que vino a buscar empleo, pero ya le expliqué la situación.

-Entiendo –dijo Madison acercándose aún más a mí.

Ya no podía soportar el calor agobiante de su cuerpo. Me sentía tan pequeñita a su lado. El era inmenso como una montaña, recio como los Andes y su sombra se cernía sobre mí. Me sentía protegida.

No entiendo porque mi corazón empezó a palpitar acelerado, parecía que rompería mi pecho y se estrellaría con locura en el fuerte torso de ese hombre.

¿Acaso era amor a primera vista?

¿Acaso era ese puro y cálido sentimiento que desenfrenó a muchos escritores y poetas, llevándolos por el camino de la desesperación, sumergiéndolos en un mar profundo de pasiones enclaustradas, sensaciones indescriptibles, sabores inexpresables?

Son contadas las personas bendecidas con este maravilloso don, son pocas las mujeres que pueden entender lo que siento ahora mismo.

Este sujeto era mayor, tendría a lo mucho 34 años y yo solo contaba con 18 escasos tiempos, pero no importa, si es amor, quiero experimentarlo; no me rehusaré a este agradable sentimiento, no perderé mi primera oportunidad de amar. Quiero un matrimonio feliz como el de mis padres.

-¿Quieres trabajar? –Inquirió recorriendo cada parte de mi ser con esos místicos ojos ¿Qué podía hacer? Me avergonzaba que viera sonrojarse mis mejillas, así que desvié el rostro hacia un costado.

-Sí –asentí llevándome las manos a la cara. Mis pómulos ardían como el intenso fulgor de una fogata… Ese es el resultado de un neófito amor que se asoma con miedo al exterior.

-¿Qué sabes hacer? –Introdujo sus manos en los bolsillos de su pantalón esperando mi pronta respuesta. Me apresuré a contestar, no quería que se arrepintiera de contratarme.

-De todo –sonreí intentando vanamente disimular mi timidez.

-Te ofrezco un puesto en mi Empresa, una de mis secretarias se irá de vacaciones y necesito que alguien la reemplace un tiempo.

-E… Está bien –musité desconcertada… Yo… ¿Una secretaria? No esperaba que dijera eso, pensé que me ofrecería el puesto de conserje. Pero no importa, mientras pueda estar al lado de este hermoso ser humano, nada importa.

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