TELARAÑA

Aquella sublime criatura había caído en mi trampa. Dentro de poco la tendría amarrada a mi cama, explorando cada centímetro de su cuerpo con mis manos.

Me enloquecía la idea de oírla gemir mientras penetraba su inmaculado cuerpo, quería que jadeara mojando mis sábanas con aquel delicioso lubricante natural que emanan las vírgenes; porque estaba seguro que ella nunca antes había experimentado el placer de la carne y anhelaba ser el primero. Eso podía saberlo con solo verla caminar. Sus diminutas caderas se menaban de manera tímida. Un caminar casi virginal, como seguro lo tenían las doncellas griegas.

Después de entregarle mi tarjeta, salí del bar y subí al Ferrari que esperaba en la puerta de aquel antro. Me pareció escuchar que Marilyn llamaba, más no le di importancia; estaba hastiado de su cuerpo –aunque no puedo negar que me complacía en todo–, ahora tenía en mente una nueva fierecilla con aspecto de cordero, debía amaestrarla para que pueda satisfacerme como quiero.

La convertiría en mi mascota, mi muñeca, luego pasaría a ser como otra de mis tantas amantes para que al final termine trabajando en uno de mis prostíbulos, o tal vez la venda por un buen precio a alguno de los degenerados que frecuentan mi Galería.

Aparqué el automóvil en la cochera de la Empresa, cerré con llave las puertas y subí al ascensor.

Esa tarde despediría a una de las secretarias y vi conveniente echar a la más problemática –existen siempre aquellas, que, por ser amantes del jefe, creen tener el derecho de comportarse como las señoras y armar un escándalo por todo–… Marilyn fue la elegida. Ver su rostro cuando le dieron la noticia, resultó satisfactorio.

“Ya no habrá más vacaciones, ni un sueldo elevado para ti… Perra”

Decían en voz baja las demás mujeres que aún conservaban sus puestos.

La envidiaban porque en algún tiempo fue la preferida –o eso era lo que ellas creían, a decir verdad, siempre las traté a todas igual; a ninguna pagué más por su cuerpo, ni otorgué beneficios que no me convenían–. Yo no estaba casado, pero contaba con una reputación intachable ante la sociedad pudiente y no permitiría que ellas lo arruinen.

-Los ejecutivos de la RAMP llamaron para avisarle que estarán aquí antes de lo acordado –dijo mi mayordomo colocándose a un lado para no entorpecer mi camino.

-Tengo todo preparado –colgué mi saco en el espaldar de la silla–. Maximilian, quiero que tengas listo un escritorio adicional en esta oficina para mañana.

-¿Algún invitado en especial Mr. Stevens?

-Despedí a Marilyn y…–Saqué la botella de vino–. Contraté a otra. Vendrá en el trascurso de esta semana –serví el oloroso líquido en dos copas, pensaba compartirlo con Maximilian.

La semana pasó igual que las anteriores. Sin ninguna novedad.

El aislado escritorio seguía vacío. No había en el aire, rastros de aquella niña a la cual olvidé preguntar su nombre.

¿Cuánto?

¿Cuánto tendría que esperar para poder encadenarla a los barrotes de mi cama?

¿Cuánto debía esperar para poder morder sus senos y marcar su cuello con mis labios?

No veía la hora en que mis manos despedacen sus ropas y la empujen a la pared, dejando su espalda expuesta a mis pasiones.

Era un frío lunes de julio. Había prendido la calefacción para abrigar mis entumecidos dedos y seguir acomodando en mi ordenador, las cargadas sumas de dinero.

-Señor Stevens –abrió la puerta con disimulo–. Hay alguien que lo busca.

-Estoy ocupado –respondí sin apartar la vista de la luminosa pantalla–. Que venga en otra ocasión.

-Ya le dije –agregó impaciente Maximilian–. Pero insiste en que tiene una cita con usted, incluso me ha enseñado su tarjeta.

-¿Quién es?

-Dice llamarse Vanesa.

-No conozco a ninguna Vanesa, si desea un préstamo que venga en otra ocasión, ahora no podré atenderla –volví a mis quehaceres.

Maximilian cerró la puerta sin decir palabra alguna.

Así transcurrieron un par de minutos, cuando escuché un alboroto en el pasillo. Los vigilantes de la planta baja subieron para llevarse al revoltoso.

No me sorprendió, casos así pasaban muy a menudo en mis instalaciones. Siempre eran personas que se quejaban por los intereses y deseaban golpearme, o mujeres dolidas porque no las llamaba más.

-¡Por favor! ¡Necesito hablar con Mr. Stevens! –Gritó una delgada y familiar voz que retumbó en mis oídos como campanillas de Navidad–. ¡Él dijo que me daría un puesto laboral en esta Institución!

Aquellas palabras me hicieron recordarla, era la joven que había conocido días atrás en un bar de la ciudad. Inmediatamente, salí de mi oficina y grité que la soltaran. Las toscas y sucias manos de los vigilantes, maltrataban su fino cuerpo.

#

Después de salir del bar me dirigí a casa.

Estaba entusiasmada con la idea de trabajar en una entidad tan importante y lucrativa como CODALU. Ahora sí podría pagar la deuda de mis padres, cancelar el alquiler y comprar una casa; matricular a mi hermanita en una mejor escuela, comprar buena comida e incluso…  

¡Terminar mis estudios y postular a la Universidad!

Aunque tendría que ahorrar durante unos meses para poder lograrlo, valdría la pena. Además, estaría junto a ese hombre tan elegante…

                                                               Mr. Stevens…

No puedo dejar de suspirar pensando en él, tan solo pronunciar su nombre me emociona. Espero que me encuentre atractiva.

Tendré que arreglarme un poco, no puedo presentarme en estas fachas.

Resolví trabajar unos días más en la tienda de abarrotes y darme el lujo –que no tenía–, de comprar ropa nueva.

Faltaba poco tiempo para que inicie el invierno. El gélido viento ya recorría las calles levantando las hojas de los árboles, las bolsas plásticas y una que otra basurilla dejada por los zapatos… ¡Zapatos! Debía comprarme un par nuevo, mis zapatillas ya estaban muy desgastadas.

-Mamá –sentándome a su vera en el polvoriento sillón– ¿Qué maquillaje crees que me dé mejor?

-¡¿Qué?! –Exclamó dejando escapar una ladina sonrisa.

-¡Silencio! –Indiqué tapando su boca–. No grites, es por trabajo.

-¿Por trabajo? –Arqueó las cejas.

-Sí –levanté mis risos colocándolos detrás de mis orejas–. Me contrataron como secretaria en una Empresa y…

-¿En qué Empresa? –Inquirió volviéndose hacia mí.

No podía decirle que era CODALU, a ellos no les agradaba nada que viniera de ese lugar, en especial a mi padre. Decían que el Presidente era un inicuo sin sentimientos que solo le interesaban el dinero y las mujeres; pero a mí me parecía todo lo contrario. Si fuera tan cruel como dicen, no me hubiera ofrecido tan amablemente, un puesto de trabajo en su Empresa.

-En… Un…–Tartamudeé pensando que decir. Mi papá apagó el televisor, había escuchado y quería saber en que trabajaría. Mi hermanita dejó su plato de comida y se acercó a nosotras.

-En la IAN –guiñó su rasgado ojito café–. Es una ONG que ayuda al colegio donde estudio –sonrió meneándose delante de mamá. Me quedé sorprendida. Me salvó de un castigo seguro. Yo no habría sido capaz de mentirles, le debía la vida a Dalia.

Mis padres me felicitaron. No cualquiera trabaja en una ONG. Estaban orgullosos y sabían que ahora sería de más ayuda.

Por fortuna, no me preguntaron cómo ingresé y así no hubo motivo para tramar una falacia.

Después de cenar, ambas subimos a nuestra habitación, la cual compartíamos.

-Cuando me paguen, te compraré una cama para ti solita ¿De acuerdo? –Reí acariciando su naricita.

-Está bien –jugueteaba con su lápiz–. Dime la verdad Vane ¿Dónde trabajarás?

-En –vacilé un momento–. CODALU.

-Mamá dice que preferiría dormir con hienas, que ir a ese lugar.

-Pagan bien y el trabajo no cansa mucho.

-Espero que papá no te descubra o te van a castigar –cubrió su rostro con la frazada.

Alguien tocó la puerta. El sonido viajó a través del espacio y llegó hasta nuestros oídos. Presurosas nos asomamos por la ventana a ver quién era.

Una mujer acompañada de dos hombres vestidos de azul, esperaba que le abriesen. Era la hija de la señora que cobraba la renta.

Hace cuatro meses que no pagábamos un solo centavo, porque si lo hacíamos ¿Qué comeríamos al siguiente día?

Conversaron con mi papá un momento, luego, esos hombres intentaron sacarnos a la fuerza.

Mis padres decían la verdad; no tenían dinero para cancelar lo que debíamos de la renta, pero aquellos tipos no entendían. Con ímpetu, cogieron el brazo de mi hermanita y empujaron a mi madre a la calle cuando intentó ayudarla.

Mi papá quiso defendernos, pero fue reducido por estos sujetos; lo golpearon, escupieron; volviéndose a mi madre, la llevaron al rincón oscuro entre nuestra casa y la rayana.

No pude soportar tanta injusticia. El hecho que tengamos una deuda, no nos convierte en objetos, mucho menos les da licencia para tratarnos como les venga en gana.

Antes que pudieran hacerle daño, les dije que tenía dinero. Subí a mi habitación y saqué las pocas monedas que estaban ocultas en mi colchón; eso les sirvió para que nos dejaran en paz, al menos por unos días.

A la mañana siguiente, fui a CODALU.

Le pediría un adelanto para poder cancelar esa deuda, de seguro Mr. Stevens no se negaría; pero al llegar ahí, no me dejaron verlo e intentaron echarme a la calle como un fétido perro vagabundo.

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