Contando los días, justo era la víspera de la boda de Diego y Camila.
Diego estaba tenso, los labios temblándole, aterrorizado hasta el límite.
—Ca… Camila… —balbuceó.
Camila también sonrió.
—Felicidades.
La palabra que le rasgaron el pecho a Diego como cuchillos ensangrentados.
Temblaba sin cesar. En ese instante comprendió con claridad absoluta:
él mismo había destruido todo, y Camila ya no podía amarlo.
—Diego, vámonos, todavía tenemos que alcanzar el avión —Isabela Ríos tomó de la mano a Diego.
Camila giró para mirar a Isabela.
—Parece que ya no tienes escapatoria.
La calma de Isabela casi se resquebraja.
Camila levantó un poco la comisura de los labios y repitió:
—Felicidades.
Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó.
Isabela había decidido hundirse con él; era su elección.
Y elegir implicaba asumir todas las consecuencias.
Camila aceleró el paso, sin querer hacer esperar a Ramiro Vega.
Después de que Diego e Isabela regresaron al país, Camila dejó de prestarles atención, y Silvia