Diego no se movió. Apenas Isabela lo rozó, él la apartó con brusquedad.
—No. La única mujer con la que me casaría es Camila. La voy a encontrar.
—¿Diego?! —Isabela dio un par de pasos tambaleantes, incrédula.
Él ni siquiera la miró. Se dio la vuelta y salió por la puerta.
Isabela lo vio marcharse con la sensación de haber recibido una bofetada.
¿Camila, la única?
Entonces, ¿aquella vez que le dijo que era a ella a quien quería por esposa… había sido solo un juego cruel?
La boda de ese día fue un caos absoluto.
Mientras tanto, el avión de Camila aterrizaba al otro lado del océano.
Su colega, Julio Méndez, la esperaba en el aeropuerto y metió su maleta en la cajuela.
—He leído tus proyectos de campaña. Están buenísimos. Desde hace tiempo quería convencerte de venirte para acá.
—Si no fuera porque estaba hasta el cuello de trabajo, cuando rechazaste la invitación hasta pensé en ir a buscarte yo mismo.
—Por cierto, ¿para cuándo tenías programada la boda? No quiero que el trabajo te arruine