Isabela salió del baño del hotel, apenas cubierta por una bata ligera.
—Diego, ayúdame a secarme el cabello.
Diego tomó la secadora, pero sus ojos volvían una y otra vez hacia el celular apagado sobre la mesa.
—Tal vez debería…
—Me lo prometiste —lo interrumpió Isabela—. Hoy eres solo mío, todo el día.
Diego calló y encendió la secadora. El aire tibio llenó el cuarto, pero su mente se arremolinaba sin control. Pensaba en Camila, esperándolo sola en el hotel.
Camila, hija de padres divorciados, una carga que nadie quiso. Sus propios padres la veían con desdén. Y ahora él, ausente en un día como ese. ¿Acaso estarían culpándola ya?
El ruido monótono de la secadora lo aturdía. Cada minuto aumentaba su ansiedad.
Cuando terminó, Isabela se acomodó de rodillas en el sofá.
—Diego, no tenemos tanto tiempo.
Se inclinó para besarlo. Diego, por instinto, giró el rostro y esquivó el roce.
—¿Diego?
Él supo con claridad lo que debía hacer. Ir con Camila. No podía dejarla sola.
Se apartó de