Pensé que, como él ya había llegado antes, seguro también sabía lo de la mordida de Camila.
Entonces, ¿acaso sospechaba que fui yo la que dejó salir la serpiente y por eso estaba enojado?
Con ese pensamiento, retrocedí dos pasos y le dije con la cara inexpresiva:
—Si tanto te preocupa Camila, habrías ido con ellos al hospital. ¿Por qué vienes a ponerme esa cara? ¿O es que tú también crees que fui yo la que dejó salir la serpiente?
Mateo me miró fijamente, y su cuerpo transmitía una seriedad que intimidaba.
De la nada, sonrió. Pero esa sonrisa se notó cargada de desilusión y hasta de burla hacia sí mismo.
Se me apretó el pecho, y estaba a punto de preguntarle qué quería decir con eso, pero de la nada se dio la vuelta y se fue. Su espalda se veía tan distante.
Instintivamente miré a Samuel, que observaba todo desde un lado.
Él, sin mostrar mucha expresión, comentó:
—Está enojado. Ve a alcanzarlo.
—¿Y sabes por qué se enojó? —pregunté.
Samuel dijo que no:
—No lo sé.
Claro, aunque también