Me dio entre risa y rabia. En ese instante, Carlos también debía estar convencido de que fui yo la que metió la serpiente en el armario de Camila.
En realidad, cuando apareció la serpiente en el armario de Valerie, él también debió sospechar que fue Camila la que la puso.
Pero decidió hacerse el sordo y, como siempre, proteger a Camila.
Yo, fingiendo inocencia y lástima, le dije:
—Carlos, yo solo me preocupé cuando la vi mordida por la serpiente. Me puse con nervios y temí por ella. ¿Era necesario que me gritaras así?
Carlos cerró los ojos, conteniendo la ira:
—Está bien, apártate primero. Hablamos después.
—Carlos, me siento mal... muy mal... —Camila ya mostraba claramente los efectos del veneno, sus labios se habían puesto morados.
La miré con odio, deseando con todas mis fuerzas que muriera allí mismo por la mordedura. Sería la justa venganza por mi madre y por la madre de Mateo.
—¡Apártate! —gritó de repente Carlos, empujándome con Camila en brazos.
Tropecé y estuve a punto de caer