Me asusté y, forcejeando, intenté bajarme:
—¿Qué haces? ¡Suéltame!
Mateo me llevó en brazos a la sala y dijo, con una sonrisa seria:
—¿No crees que tu actuación es bastante torpe?
No le respondí, solo lo golpeaba con fuerza en el pecho, intentando zafarme de su abrazo. Pero mientras más me movía, más fuerte me sujetaba.
Muy pronto me dejó caer en el sofá.
Cuando intenté levantarme, él volvió a empujarme hacia abajo, apoyando una mano en el respaldo, atrapándome entre su cuerpo y el sillón.
Me miraba con furia, sus ojos negros ardiendo de rabia.
No pude evitar reír, con ironía. ¿De qué estaba enojado exactamente?
Su mirada me incomodaba.
Lo empujé con fastidio:
—¡Aléjate! Déjame subir a dormir o vete tú, pero deja de quedarte ahí callado mirándome, lo detesto.
La mandíbula de Mateo se tensó, reprimiendo su ira.
Dijo, con una sonrisa seria:
—Si detestas esto, ¿qué es lo que sí te gusta?
Lo miré fijo sin contestar.
De la nada, me acarició el cabello junto a la sien y dijo:
—¿Te gusta más