Mateo estaba furioso, su cara atractiva rebosaba de enojo.
Pero en realidad, la que debería estar enojada era yo: él fue el que primero se preocupó por Camila, y después fingió no conocerme frente a ese hombre.
¡Soy yo la que debería enojarse, y aun así él se atreve a hacerme un berrinche!
Lo empujé indignada:
—¡Eres un maldito loco mandón! ¿Por qué tú puedes preocuparte por Camila, y yo no puedo salir a bailar, ni dejar que alguien me coquetee? ¡Cuando seas capaz de cortar de una vez por todas con Camila, entonces podrás exigirme algo! Ahora mismo no quiero verte, ¡no me sigas!
Dicho esto, volteé y corrí hacia el estacionamiento.
Él no vino detrás de mí.
Apreté los labios con amargura.
Mateo nunca, jamás, se rebaja a tranquilizarme o a pedir perdón. ¡Nunca!
Sin embargo, cuando llegué junto al auto y estaba a punto de abrir la puerta, de la nada un brazo fuerte me rodeó la cintura.
En un instante, Mateo me levantó y me cargó.
Me sobresalté. Cuando me di cuenta de que era Mateo, me enfu