Antes de estar con Mateo, nunca había tenido una relación.
No tenía ni idea de lo que se sentía estar enamorada.
Ay, de verdad que quería experimentarlo.
Mateo me abrazó divertido y dijo:
—Está bien, te dejaré ser mi novia por ahora.
Dicen que estar enamorado es romántico.
Y quizá sea cierto.
Bastó una noche de otoño común y corriente, una rosa sencilla y jugar a ser novios.
Incluso solo caminar junto a él, tomados de la mano, por la orilla del río, me pareció increíblemente romántico.
Hasta la brisa fresca que venía del agua tenía un toque dulce.
Ojalá pudiéramos estar así para siempre.
Mateo debía de haber estado reprimiéndose demasiado tiempo, porque ni con lo de anoche le bastó.
En cuanto llegamos a casa, me abrazó y me besó.
Sus besos hicieron que mi blusa se deslizara.
Me arrancó el vestido.
Me besó el cuello hasta llegar a mi pecho, y mi cuerpo se relajó con su pasión.
Dejé caer la rosa que tenía en la mano.
Apenas resistiendo, le agarré la camisa y susurré:
—Va... vamos arriba.