Capítulo 880
Al final, después de tanto forcejear, Mateo repitió su advertencia:

—¡No vas a cenar sola con él!

Vaya cosa. Un “esposo” que no me deja tocarlo, pero sí quiere decirme qué puedo y no puedo hacer.

Cuando recién nos casamos, yo tampoco lo dejaba acercarse, pero nunca me metí en sus cosas.

Entonces, ¿con qué derecho me manda ahora?

El dolor en mi cintura y cadera solo me enojaba más.

Como no soltaba la puerta del carro, me bajé furiosa y lo empujé con todo:

—Si quieres poner esa cara de amargado, ¡póntela frente al espejo, no vengas a desquitarte conmigo!

Esta vez cedió, porque lo hice retroceder varios pasos.

Me miró fijamente:

—Aurora, tú…

No quise escuchar más. Cerré de un portazo y encendí el motor.

En el retrovisor vi su cara de furia total, que luego se perdió cuando entré a la avenida principal.

La verdad, no sabía ni a dónde ir; solo quería estar lejos de Mateo.

En un cruce, giré y paré el carro junto a la banqueta.

Apoyada en el asiento, miré los árboles de la calle, perdida en m
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