—Si todos nos vamos y dejamos a papi solo, qué triste sería, papi lloraría —dijo Embi.
Cuando la escuché, me invadieron mil emociones encontradas.
Aunque Mateo dejara de odiarme, cuando logre embarazarme otra vez, igual planeo llevarme a los niños lejos de aquí.
Pero, viéndolos tan encariñados con él, ¿qué pasará cuando llegue el momento de irnos?
Desde que regresé a Ruitalia, los problemas no han hecho más que ponerse peor.
Mientras manejaba, me preguntaba cuándo podríamos ser como una familia normal, los cuatro juntos, en paz, felices de verdad.
¿O acaso ese día nunca llegará?
El auto entró en la vieja residencia de los Cardot. Al bajar un poco la ventanilla, vi venir una cara familiar. Cuando miré bien, me di cuenta de que era doña Godines.
Ella también se quedó sorprendida cuando me vio y, después de unos segundos, con los ojos llenos de lágrimas, dijo:
—Señorita, de verdad es usted.
Yo me quedé, entre asombrada y emocionada.
Doña Godines había sido la vieja empleada de nuestra fam