Yo estaba furiosa, pero puse cara de frágil y le pregunté:
—¿Qué pasa, Mateo?
Mateo sacó una cajetilla de cigarrillos, encendió uno y le dio una calada larga.
El humo salió de sus labios junto a su voz baja:
—Sé que por tu mente pasan muchas cosas, tengo miedo de que me vuelvas a engañar.
Cuando oí eso, reí amargamente, y al mismo tiempo me sentí súper triste.
Lo miré, burlona:
—¿De verdad crees que a estas alturas yo aún podría hacerte daño?
—¿Quién sabe? Solo sé que tú nunca has sido tan directa conmigo.
Entonces, eso era: él pensaba que algo tan raro tenía que esconder un plan, que yo lo seducía para hacerle daño.
Y yo me preguntaba por qué se aguantaba tanto... claro, porque seguía con esa duda.
En ese momento no sabía si sentía más rencor, tristeza o pura vergüenza.
Apreté fuerte la sábana y reí con irritación:
—Si tanto temes mis intenciones, si crees que quiero hacerte daño, mejor no me toques nunca más. Y óyeme bien: cuando digo que tengo necesidades, ¡es porque las tengo! Si t