Mi corazón latía como loco por lo cerca que estaba.
¿Y ahora qué hacía?
Yo hablaba y él no me creía; si seguía así, en serio iba a volverme loca.
Su aliento cálido me entraba directo al oído, dándome escalofríos.
—Mejor di la verdad —dijo en voz baja.
¿La verdad…?
Para él, ¿qué era lo que contaba como verdad?
Volteé y miré su cara tan cerca de la mía.
De la nada tuve un impulso.
Lo abracé por la cintura, con los brazos.
Mateo se tensó de una.
Me apartó un poco, poniéndose intrigado:
—¿Qué juego traes ahora?
Mis dedos acariciaron su pecho mientras respondía en voz baja:
—¿No querías una explicación razonable? Pues te la daré ahora.
Mis caricias bajaron por su torso hasta el abdomen.
Mateo me atrapó la mano, con la chispa en la mirada ardiendo cada vez más fuerte.
Me solté, me agarré de su cuello y me acerqué a él.
Mateo reaccionó agarrándome la espalda, de modo que terminé sentada sobre él, entre sus brazos.
Mateo me miraba fijamente, con gotas de sudor en la frente, como si contuviera