Al ver la expresión seria de Mateo, pensé si no sería mejor decirle lo que quería escuchar para convencerlo y hacer que bebiera.
Bah, da igual, mejor intentarlo.
Me incliné hacia él, acercándome a su oído.
De la nada, se tensó y me empujó, poniéndose molesto:
—¿Qué estás haciendo?
Yo ya ni sabía qué pensar.
Mírenlo, reaccionando como si yo quisiera aprovecharme de él.
Sonreí y le dije:
—Solo quería contarte un secreto. Pero parece que me tienes miedo, ¿eh? Qué raro, el amo y señor de Ruitalia temiéndole a una cualquiera como yo.
Mateo me miró fijamente, como si quisiera leerme la mente.
Un momento después, dijo entre risas:
—No me vengas con provocaciones baratas. ¿Quién te dijo que te tengo miedo?
Encendió un cigarro con calma.
Yo apreté los labios, levanté una copa y me incliné de nuevo hacia él.
Esta vez no me rechazó.
Me acerqué a su oído y susurré suavemente:
—En realidad, sigo pensando que tus abdominales… son los mejores.
Sentí cómo se le puso l