Mateo no dijo nada, tampoco tocó las cinco copas de licor. Solo giraba el anillo en su dedo.
Viéndolo, me quedé en silencio.
Ese anillo venía en un par. Cuando nos reconciliamos, él me dio a mí la versión de mujer y él se quedó con la de hombre.
Pero después pasó todo eso…
Cuando me echó de Ruitalia, desesperada, tiré mi anillo.
También boté el de diamantes que me regaló cuando, frente a todos, me prometió organizarme otra boda grande.
En ese entonces lo odiaba, le tenía demasiado rencor.
Nunca imaginé que, después de tantos años, él todavía llevaría el suyo puesto.
Si no lo hubiera estado girando, ni me habría dado cuenta.
Recordar esos momentos felices y dolorosos a la vez me hizo doler el pecho.
Desvié la mirada, respiré hondo y le sonreí:
—¿Entonces, señor Bernard? Cinco copas a cambio de una respuesta. ¿Acepta el trato?
—No.
Me contestó con completa indiferencia.
Me atraganté.
¿En serio? Con lo competitivo que era, habría jurado que aceptaría.
Estaba frustrada, no sabía qué hacer.