Cuando colgué la llamada, fui al baño a lavarme la cara y, al levantar la mirada, vi en el espejo un vendaje llamativo en mi frente.
Lo toqué y dolía bastante.
Qué raro... ¿cómo me golpeé anoche? ¿Con qué me pegué?
¿No será que Mateo me vendó?
Me acerqué un poco más y lo revisé bien. Algunos recuerdos borrosos empezaron a aparecer en mi mente.
“Más te vale que te tapes la frente.”
“Estás tan ciega, ¿por qué no te golpeas también los ojos?”
“Acabo de ponerte la pomada y ya te la rascaste, ¿no ves lo irritante que eres?”
“Tener hijos, ten hijos conmigo.”
Ah...
Cuando me acordé, horrorizada, me tapé la boca.
¿No me digas que anoche le pedí a Mateo que tuviéramos un hijo?
Dios mío, ¿y cómo reaccionó él?
Además, si yo misma le pedí tener un hijo, ¿por qué no hizo nada conmigo?
Entonces, ¿qué está pensando ahora?
¿No querrá tener hijos conmigo, o me odia tanto que ya no quiere nada conmigo?
Mientras más lo pensaba, más enredado parecía todo.
Si de verdad no quiere volver a tener nada conmigo