Mateo los miraba en silencio.
Su corazón de piedra se fue ablandando poco a poco.
Por dentro sentía una avalancha...
De emoción, de alegría, de nervios, e incluso, un poco de tristeza, difícil de explicar.
Todas esas emociones se revolvían en su pecho, pero no lograba decir ni una palabra.
Luki lo miró, intrigado:
—Dime, ¿eres o no eres nuestro papá?
Mateo abrió la boca, pero siguió sin decir nada.
La verdad, ni sabía cómo hablarle a esos dos niños.
Quería acercarse a ellos, abrazarlos, pero al mismo tiempo sentía miedo.
Embi lo miró y luego le susurró a Luki:
—Se parece a la foto, debe ser papá, pero… ¿es mudo?
Luki, con cara seria, lo miró de arriba a abajo, y al final, con un gesto entre tierno y molesto, dijo:
—Si no hablas, te voy a pegar hasta que hables.
Mateo sintió como si algo le hubiera pinchado el corazón, y le dolió un poco.
Al final, sus hijos no parecían quererlo.
De repente, apretó los labios, se agachó y cargó a los dos niños, uno con cada mano.
Embi se asustó, lo abra