—Estoy bien, no necesitas preocuparte. Mejor regresa, no sea que cierta persona pierda la paciencia de tanto esperar —dije, y le lancé una mirada molesta.
A pocos metros, Camila me observaba, con sus ojos malvados de siempre.
Desde el principio me pareció rara, demasiado amable. Con el tiempo, descubrí que en verdad era una mujer ruin.
Verla era como ver un demonio.
Y ahora, en la oscuridad, lo era aún más: una serpiente sacando su lengua bífida, venenosa, repulsiva.
No podía entender cómo mi hermano podía amar tan ciegamente a una mujer así, incluso creyendo que era buena.
De verdad, un caso perdido.
Mi hermano notó mi mirada y se volteó hacia atrás.
Yo ya no quería seguir hablando con él y, tomando el brazo de Valerie, me dirigí hacia el estacionamiento.
Pero mi hermano me detuvo otra vez.
Con una mirada honesta, me dijo:
—Si no quieres perdonarme, no te obligo. Pero... ¿puedo al menos ver a mis sobrinos?
—¡Imposible! —lo rechacé al instante.
Que Camila no se atreviera a hacerles dañ